(NOTA PREVIA.- No preveía yo los comentarios de la entrada anterior. Pensé que era bastante suave y nada polémica. Es más, comentando que uno había dicho "es un búnker nuclear" no me puse fanático ni le dije nada feo. Por el contrario, escribí: "Eso es normal y hay que aceptarlo: El hormigón armado es intolerable para muchos". Creo que no me comporté como "un santurrón y sectario de cojones" ni "un sectario meapilas del hamparte". Pero, claro: Yo qué voy a decir sobre mí mismo. En todo caso continúo con lo que pensaba añadir a mi anterior entrada. Tengo las orejas escocidas, sí, pero sigo con lo mío).
Un compañero mío, Holoturio Quesofresco Camonbeibi, tenía un estudio pequeño pero muy efectivo. Hacía un montón de proyectos con solo tres empleados; pero qué tres empleados:
Benigna, la secretaria, le llevaba al día la contabilidad, las relaciones con los bancos, las bases de datos de los clientes y los trabajos realizados, la facturación, las nóminas, las declaraciones fiscales, el material de la oficina... Todo. Gracias a ella la empresa funcionaba como un reloj. Holoturio le podía preguntar por un proyecto que había hecho hacía muchos años, el nombre de cuyo cliente no recordaba, y del que solo podía dar una vaga pista sobre su ubicación, que Benigna le encontraba el expediente en segundos.
Hermógenes, el delineante, era el acróbata del Autocad, el sprinter de la polilínea, el rayo de la acotación. Manejaba simultáneamente el ratón con la mano derecha y el teclado con la izquierda. Se sabía todos los atajos del programa y además dibujaba con tal pulcritud y economía que resolvía los planos con enorme precisión y en un tiempo inconcebiblemente rápido.
Matilde, la aparejadora, que hacía las mediciones al milímetro cúbico, calculaba las ventilaciones, los diámetros de las tuberías, hacía todos los anexos de la memoria, las tablas, los pliegos de condiciones... Y encima conseguía que los distintos documentos fueran coherentes entre sí. Tenía una cabeza calculadora y exacta.
Los tres eran unos portentos. Holoturio tenía mucha suerte. Aunque los pagaba bien, siempre estábamos alguno de nosotros caracoleando por allí para tirarles los tejos como si fueran futbolistas. Quién los tuviera en su equipo.
Solo tenían una pega: Eran feos. No horriblemente feos, pero tenían unas caras y unos cuerpos sin gracia, como de empleados antiguos llenos de polvo y sabañones. Deslucidos. Algo raquíticos, encorvados, con los dientes torcidos, la mirada un tanto legañosa, la ropa descolgada de los hombros, la grupa más bien prominente y renqueante... La verdad es que eran un cuadro.
Pues bien: Holoturio tuvo una vez unos clientes fabulosos, de un grupo hotelero nacional, que le encargaron un proyecto de un hotel que tenía que ser el primero de unos cuantos. Los croquis iniciales les gustaron mucho, el presupuesto de sus honorarios, aunque era alto, les pareció aceptable, y le pidieron ir al estudio para terminar de concretar unos detalles, lanzar el proyecto y firmarle el contrato de un segundo hotel.
Holoturio había recibido a menudo a clientes en su estudio; estaría bueno. Era lo natural. Pero esta vez, con esta gente tan importante, se sintió muy avergonzado de Benigna, de Hermógenes y de Matilde. Estos clientes eran "otra cosa", y si veían a sus colaboradores se iban a desencantar.
Se inventó una excusa absurda y con suficiente antelación anunció a sus empleados que tal día lo tendrían libre, por supuesto que pagado y sin descontarlo de las vacaciones. Con ese mismo tiempo de margen acudió a una agencia de modelos y contrató los servicios de un chico y dos chicas, estipuló el tipo de ropa que debían llevar y los citó en su estudio a primera hora del día D para que se ambientaran y se familiarizaran antes de que vinieran los clientes.
Llegado el día les mostró sus puestos de trabajo, les encendió los ordenadores y les explicó una serie de gestos que tenían que hacer -como si trabajaran- cuando él entrara con los clientes y les enseñara el estudio. El resto del tiempo, cuando él estuviera reunido en la sala de juntas, ellos debían permanecer en sus puestos sin hacer nada y sin hablar, haciendo como si trabajaran. (Podían ir al servicio con naturalidad e incluso levantarse a hacerse un café cuando quisieran. Les enseñó el funcionamiento de la cafetera y les mostró el minifrigorífico).
Hermógenes por un díaTodo salió según lo previsto. Los clientes le encargaron el segundo hotel e incluso le hablaron de un tercero, con los que, a partir del día siguiente, se pondrían a trabajar los auténticos Benigna, Hermógenes y Matilde, quienes nunca supieron nada y, efectivamente, hicieron unos proyectos más que estimables en un tiempo récord.
¿Os ha gustado la historia de Benigna, Hermógenes y Matilde? Pues es la historia del hormigón armado. Tal cual.
(Hay que ver lo que me enrollo en los prólogos. A este paso ni en esta segunda parte termino lo que quería decir).
Ya lo dije en la primera parte y lo he repetido ahora: El hormigón armado es eficaz y necesario como los tres del estudio, pero, como ellos, no es presentable. (O no lo era).
Nunca hubo problema en que se viera cuando la obra en cuestión no tenía ninguna pretensión de decoro: un búnker, un muro de contención, un silo de grano, un depósito de agua o un puente en un lugar remoto que no viera nadie (los puentes urbanos siempre han estado decoradísimos). Algo que no necesitara ser hermoso, algo que se bastara con su propia eficacia sin más.
Esto es lo lógico: Hormigón desnudo donde nadie espere ninguna belleza, y forrado, decorado y maquillado cuando se necesite. No hay ningún problema.
Pero en los albores del siglo XX los arquitectos más modernos empezaron a decir que no estaba bien falsificar los materiales con decoraciones añadidas o con capas de maquillaje, y que la verdadera misión del siglo era descubrir en ellos sus valores más auténticos y potenciar su belleza oculta (o al menos desatendida y despistada). Décadas después decidieron que las nuevas construcciones de hormigón armado tenían una expresividad tremenda (y bastante brutal(1)) que había que intentar canalizar y explotar.
Los arquitectos se pusieron a ello y nos dieron una buena cantidad de obras maestras en las que la textura del hormigón dio una nueva expresión a las superficies y a los volúmenes. Una cosa fundamental es que, como vimos el otro día, el hormigón se vierte en moldes (encofrados), y cuando estos se quitan dejan en él su impronta: tablas de madera más o menos basta y veteada, chapas metálicas, placas de escayola, plástico, etc. Si le damos un carácter a esas superficies, cuando el hormigón se endurezca y estas se retiren le habrán dejado su huella, que puede ser la que la imaginación del arquitecto haya querido.
Miguel Fisac se ocupó mucho de esto. En un gesto puritano si queréis (o tal vez incluso santurrón, sectario y meapilas de la "ética constructiva" y de la sinceridad), quiso mostrar el recuerdo de que el hormigón había sido blando cuando llegó a la obra, y con distintos encofrados que se deformaban (desde lonas sobre bastidores con mallas de alambre que bajo la presión del hormigón vertido se deformaban como las batas de guata o las culeras de los porteros antiguos de fútbol, hasta elementos mucho más sofisticados que hacían corazoncitos en centros sociales de hermanas hospitalarias) plasmó esta idea que él tenía en mucha estima: Este hormigón que tienes ante ti es duro y resistente, pero fue blando.
Una casa guateada y un centro de las Hermanas Hospitalariaslleno de corazoncitos. A ver si los veis.
Yo he de confesar que todos estos juegos de Fisac me cansan un poco, me empalagan, con el hormigón blanco lleno de jeribeques, y creo que el arquitecto es mucho más expresivo en la famosa Pagoda, con esos alabeos a base de encofrado clásico de tablillas, en la iglesia de Moratalaz o en el Centro de Estudios Hidrográficos, en los que me parece que el hormigón es mucho más serio y más maduro, Pero en todo caso he puesto estos ejemplos para deciros que con él también se puede ser decorativo y que se puede (y se debe) investigar un sistema de decoración que manifieste las cualidades del material.
A pesar de ello, creo que el triunfo definitivo del hormigón visto ha sido, ya digo, el de su desnudez, sin dar un respiro, sin buscar un detalle acogedor, sino haciendo que su potencia plástica nos subyugue y nos impresione.
Paul Rudolph. Facultad de Arquitectura de Yale(Claro: Si ya los alumnos estudian en un sitio así, qué vais a esperar de ellos)Denys Lasdun. Teatro Nacional. Londres(Ha tenido, como cabe imaginar, muchos detractores, pero yo lo veo fantástico)
Van den Broek y Bakema. Aula técnica de la Universidad de Delft(Jaque mate, antihormigonistas)
No creo que merezca la pena seguir poniendo más ejemplos. Desde hace muchas décadas nos estamos acostumbrado a ver hormigón que ha salido del armario.
Aquí solo he pretendido señalar que el hormigón es un material extraordinario y que no es justo ocultarlo porque de él también se pueden sacar texturas y tono, y si el proyecto es bueno y el arquitecto es hábil las sabrá conseguir, y si por el tamaño del edificio, su estructura y su construcción lo más sensato es realizarlo con hormigón, dejar que eso se vea me parece muy bien. No hay por qué taparlo. No es un material ominoso ni del que avergonzarse como Holoturio se avergonzaba de Benigna, de Hermógenes y de Matilde.
Porque tal como trabajan esos tres portentos no pueden ser feos. Puede que sus dientes no estén bien alineados, o que sus orejas no sean del todo simétricas, y que sus cuerpos sean demasiado angulosos, pero, por fuerza, de su mirada y de sus gestos tiene que emanar tanta inteligencia, tanta determinación y tanta honradez que no pueden ser feos, su mirada puede que sea algo legañosa, pero no es torva y no inspira sino confianza.
Si yo fuera el cliente hotelero me gustaría conocer a los auténticos Benigna, Hermógenes y Matilde, porque a sus dobles "decorativos" seguro que da gusto verlos un par de segundos en el estudio, o mucho más tiempo en otro sitio, pero si los siguiera mirando allí y viendo cómo noteclean el ordenador, nomanejan el ratón y nopiensan el trabajo me quedaría muy decepcionado y hasta los acabaría viendo feos. Tanto como cuando veo un falso arco de ladrillo que no trabaja porque tiene encima o detrás un sufrido dintel de hormigón armado que le saca las castañas del fuego.
--------------------------------------(1).- El hormigón armado desnudo, con sus formas duras, sus tamaños muy grandes y su aspecto tosco, generó una corriente arquitectónica llamada brutalismo. El término viene del francés y genera una ligera confusión (tan solo de matiz) en inglés y en español. En francés el hormigón desnudo es béton brut, (que sería algo así como "hormigón en bruto", igual que "diamante en bruto") y de ahí brutalisme sería la corriente de dejarlo visto. Sin embargo, antes de que a los franceses se les ocurriera el término brutalisme, al inglés Reyner Banham se le ocurrió brutalism, que, como el castellano brutalismo, ya sí hace sobre todo una referencia clara a lo brutal, salvaje y bestia. (En francés brutal también significa lo mismo, pero creo que está más dulcificado por ese primer brut que lo originó todo, ya que más que referirse solo a lo brutal y salvaje (que un poco también) hace más referencia a "sin tratar", "sin arreglar", "sin revestir", lo que le da matices de autenticidad e incluso de una cierta bondad intrínseca, si apuramos.(Y ya con esta última consideración me vuelvo a mi sacristía).