Revista Literatura
Tracey ThornTraducción de Ismael AttracheAlpha Decay
Dudo entre cuál debería ser la primera apreciación. No sé si debería informar, en primer lugar, para quien no lo sepa, que Tracey Thorn fue la cantante de Everything but the girl, uno de los grupos más elegantes del Pop británico que se recuerda, o si estas memorias noveladas, o autoficción, que es un término en auge, no narran la adolescencia de una estrella del Pop, sino la de una adolescente cualquiera que acabó siendo una estrella del Pop. Suena muy parecido, pero no es lo mismo. Tracey Thorn, tras la muerte de su padre, encuentra el diario que comenzó a escribir en su adolescencia, el 29 de diciembre de 1975, concretamente, cuando tenía 13 años. Una desmemoriada Tracey, se sorprende al leer la primera entrada de su diario: He ido a St. Albans con Debbie. Me he comprado un cinturón. No he encontrado un jersey ni una falda. A esta entrada, le siguen otras similares, en contenido y forma. Escueta la forma, y escasísimo el contenido. He ido a Welwyn con Liz. No me he comprado nada más allá de una bolsa de patatas Kentucky.Sin embargo, la autora, en la actualidad, sí conserva muchísimos más recuerdos de los que puede encontrar en su diario. Se recuerda activa, plena de energía, comprando y escuchando sus primeros discos o libros, manteniendo sus primeras relaciones, bulliciosa y efervescente, en un sentido amplio. Algo que no refleja en sus escritos juveniles, ni muy lejanamente. Por lo que decide reconstruir ese pasado adolescente, rellenar los enormes vacíos, ayudándose de su memoria. Amparándose en esta excusa, decide tomar un tren que la lleve desde su residencia actual, al Norte de Londres, al pueblo (no pueblo) de su infancia y adolescencia, Brookmans Park, hacia el Sur.En el trayecto de 53 de minutos, pero de muchos años si se cuenta desde un plano meramente emocional, del presente a la década de los 70, Tracey Thorn realiza con el paisaje, con lo que contempla al otro lado de la ventanilla, un ejercicio similar al que está realizando con su diario: contar a partir de lo que falta y que aún permanece en su interior. Su mirada y su memoria suplen las carencias de un diario demasiado escueto, juvenil y amnésico. Sin ajustar cuentas con el pasado, al que considera como periodo esencial en la construcción de la persona que es hoy, Tracey Horn narra cómo ha sido la evolución de la población en la que nació, su tránsito desde el mundo rural al extrarradio actual, la definición de las nuevas clases sociales, la llegada y casi invasión de una nueva población, procedente de la ciudad, muy diferente a la que conoció durante su infancia. Sin llegar al nivel de detalle, recuerda Otro planeta al ejercicio de memoria familiar que lleva a cabo Paul Auster en buena parte de su obra, y muy concretamente en 4321, recuperando Thorn historias y singularidades de sus tatarabuelos, una especie de colonos del Siglo XIX, así como de todos sus descendientes, hasta llegar a sus padres y, por tanto, a su propia vida. Este rescate familiar no rompe, tampoco frena, la narración que realiza del presente, ambos tiempos congenian apaciblemente en el texto, ofreciendo un todo de ágil y entrañable lectura. Es deliciosa, y también muy sincera, la exposición que realiza Tracey Thorn sobre todas las referencias y expresiones culturales o sociales que han definido su voz creativa. Los programas de televisión que le apasionaban, como The Dave Allen Show, Monthy Phyton`s Flying Circus, Kojak o Los Walton, sus primeras películas, Adivina quién viene esta noche o Cantando bajo la lluvia, las primeras lecturas, El señor de las moscas o Frankenstein, o los primeros discos, de los Beach Boys, los Eagles o Jefferson Starship, entre otros.A propósito de esto, teniendo en cuenta que se trataba de una sociedad donde la información aún viajaba en un tren muy lento y con demasiadas paradas, reflexiona sobre los cauces de información a los que acudía, fanzines, bibliotecas y amigos o familiares, fundamentalmente. Entré en contacto con la música gracias a ciertos chicos mayores, vi la luz del rock reflejada a través de su prisma, reconoce la autora. Pero no solo había déficit en la información política o cultural, también en la sexual, lo que propiciaba que los jóvenes de su generación fueran autodidactas, básicamente, en cuanto a su propia sexualidad, sin fuentes a las que acudir y con unas relaciones paterno filiales mucho más abruptas y distintas que las actuales. Contrapone Thorn esa realidad con la que contempla en sus hijas, y la compara con la relación que mantiene con ellas y la información que manejan.La irrupción del Punk es un elemento determinante en la adolescencia de Tracey Thorn, como lo fue para toda su generación. Y tal y como estaba sucediendo con su propia vida, como había sucedido con Bowie y buena parte de los nombres más representativos, es un movimiento que surge en el extrarradio, que ya no es solo una localización geográfica: es un nuevo concepto social. El Punk es más que las frenéticas noches de sábado, los primeros conciertos, las crestas y las tachuelas, es una desconocida y excitante dimensión. La llegada de Joy Division, Sex Pistols, Jam, The Cure, Siouxie and the Banshees, Suicide, Faces o los Buzzcocks representa una más que evidente ruptura con el pasado, más allá de lo estrictamente musical. También en la imagen, en las relaciones personales o en una muy diferente concepción social. Tracey Thorn, en este sentido, se refiere a la suya como una “generación irrefrenable”.Habrá quien, en un fácil paralelismo, quiera ver en esta obra reminiscencias de Catlin Moran y sus “mujeres”, pero cualquier parecido, salvo la pasión por la música y por vivir con intensidad el periodo que les tocó, es puramente anecdótico, cuando no residual. Memoria, reflexión, música, preocupación medioambiental, destellos y homenajes en este Otro planeta, de Tracey Thorn, una narradora a la que seguir leyendo, y escuchando, en el futuro.
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