David Pérez, alcalde del PP en Alcorcón, municipio industrial madrileño de 167.000 habitantes está sometido a una implacable persecución, no por corrupción, sino por haber dicho hace casi dos años en un congreso católico que la rabia que transmite el feminismo radical está en contra de los intereses de las mujeres y del feminismo racional.
Seguramente no sufrirá un infarto mortal en medio de una campaña de acoso, como Rita Barberá, la exalcaldesa valenciana, pero sólo porque es más joven, 44 años.
Los ataques comenzaron hace una semana, cuando alguien recuperó ese vídeo de antes de que ganara las elecciones de 2015. Obviamente, esa campaña nace ahora tras saberse que últimamente sus conciudadanos le incrementaron su confianza.
Primero se oyeron los gritos de las feministas radicales aludidas, las verdaderas no quisieron quedarse atrás, ni los partidos rivales del PP, todos beneficiarios de la posible dimisión que le exigen, ni tampoco la prensa, que huele sangre fresca.
Ahora, cobardemente, como con Barberá, también le grita su propio partido.
Pero, dígase: hay mujeres furiosas que se amparan en el feminismo, en la lucha de la mujer por igualar su estatus al del hombre, para expresar sus odios.
En las escuelas o en los trabajos hay niñas y mujeres tan acosadoras de otras niñas y mujeres como los hombres, aunque no sean sexuales, y se han suicidado tantas niñas por el acoso de sus compañeras como niños por el de sus compañeros.
Hay hombres y mujeres cargados de ira, que se amparan para ejercerla en lo más útil: Pérez se refería a esos pequeños monstruos devenidos en mujeres odiantes, vengativas, maltratadoras.
Su presencia es nefasta para el feminismo, aunque obtengan una forzada solidaridad de los demás por corrección política: actitudes desmesuradas así generan como reacción a muchos Donald Trump.
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