Revista Cultura y Ocio

Otro tipo de familia – @DonCorleoneLaws

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Estoy divorciado: sí. ¿Y qué?

Dependiendo de con quien hables la simple palabra ya se encarga de prejuzgarte sin pararse siquiera a saber si eres -o no- una buena persona que simplemente equivocó su camino en un momento dado, sin que eso implique que el camino inicial fuera el adecuado. Te miran con la superioridad de pensar que no han fallado en algo que tú sí.

Aún vivimos envueltos en un celofán de sectarismo que nos permite catalogar a los demás sin conocer lo que les llevó a ser o a estar como se encuentran ahora, y que a la vez nos autoprotege de la agresión externa mientras maquilla nuestras propias miserias disimulándolas como si fuéramos un regalo… y vaya regalitos chungos de “todo a cien” se esconden a veces dentro del paquete.

Me cansan los estigmas mentales de esta sociedad hipócrita y descarnada que espera al más mínimo fallo ajeno para echar por tierra todo lo bueno que se llevaba acumulado, y me asquea la falsedad de tapadillo en la que viven muchas personas que hacen del “cara a la galería” su “modus operandi”.

Sin irme a casos extremos (que de todo hay, más aún cuando se rompe un matrimonio y cada cual saca lo peor de sí mismo) y presuponiendo cierta moderación, alguna educación y bastante raciocinio, un divorciado no es ni mejor ni peor que un soltero que jamás lo intentó en serio con alguien o que un casado instalado en su cómoda monotonía.

No todos los proyectos familiares consiguen salir adelante por bienintencionados que fueran en sus orígenes. No todas las personas mantienen su pensamiento y su forma de comportarse a lo largo del tiempo (lo que complica considerablemente la convivencia y suele explotar con retardo). No todo es sostenible ni aguantable, porque somos seres dubitativos y nos equivocamos mucho –yo soy un buen ejemplo de eso-.

No entiendo qué hay de malo en aceptar que un camino se ha terminado y en soltar amarras intentando reponer la autoconfianza en uno mismo de otra manera, procurando respetar en lo posible la libertad ajena de optar a otras alternativas y haciendo del “vive y deja vivir” un lema que guíe el día a día.

¿Es mejor vivir con alguien a quien ya no quieres, a quien ya no respetas o a quien ya no deseas? ¿Es mejor publicar continuamente lo felices que sois apoyados en el silencio corporativista de quienes conocen otra realidad subyacente pero prefieren no meterse donde nadie les llama? ¿Es mejor callar por comodidad económica? ¿Es mejor aguantar a familiares ajenos que no soportarías de forma voluntaria aunque te pagaran por ello? ¿Es mejor desahogarte en privado con los íntimos para no volcar en la almohada las frustraciones del “quiero y no puedo”? ¿Es mejor vivir reprimido siendo políticamente correcto?

Yo creo que no es mejor, y, sin embargo respeto a quien opta por ello. Lo respeto porque comprendo los miedos, las incertidumbres y las carencias ajenas. Lo respeto porque sé –por propia experiencia- que cuando hay niños de por medio se anteponen a las propias necesidades personales. Lo respeto porque no soy yo quién para no respetarlo. Pero igual que yo lo respeto, exijo que se me respete a mí. Exijo que no se me juzgue sin hablar directamente conmigo y exijo que -si no tienen cojones para hacerlo- se callen la puta boca quienes no saben de lo que hablan, porque lo único que sueltan por ella son injusticias absolutamente innecesarias. Nadie es quién para juzgar a otro si no se ha calzado sus zapatos. Nadie sabe lo que sucede de puertas adentro de una casa que pretendía ser un hogar y resulta ser un frío derribo. Nadie conoce lo que sufren las mentes que anhelaban felicidad real y no la encontraron.

Si alguien se conforma con la mediocridad rutinaria es su problema: no el mío. Yo siempre fui un inconformista y un exigente, un hombre inquieto de mente con bastantes necesidades de todo tipo. Me equivoqué mucho y esperaba demasiado: sí, pero como casi todo el mundo. Y siendo así, creo que una de las mayores demostraciones de amor que pude tener en su momento fue la de asumir mis equivocaciones, perdonar las ajenas, recoger mis cosas con delicadeza, ceder mi espacio sin batallas legales y cerrar suavemente la puerta detrás de mi espalda. Eso ha hecho que actualmente mantenga una relación cordial y respetuosa con quien formó parte de mi vida y con quien me dio a lo más valioso que tengo: mi hija.

No creo que sea para marcarme a fuego con hierros candentes, sobre todo por parte de personas que viven instalados en la mentira conyugal y sometidos como borregos a lo que decida el otro por ellos: gentes que jamás tendrían los santos huevos de llenar una maleta con sus recuerdos para irse por donde llegaron.

A esos que tanto hablan pero tan poco demuestran les daría yo quince días seguidos sin dormir con sus hijos, una cama estrecha en una casa compartida, un trastero pequeño para guardar apilada su vida en cajas de cartón y unas cuantas obligaciones económicas extras al jodido nivel monetario que ya todos padecemos… se les iban a quitar las ganas de hablar de lo que no conocen.

Y aún teniendo todo eso echado en las espaldas tengo los suficientes arrestos para mirarlos de frente a los ojos y decirles una cosa: duermo muy bien porque tengo el corazón limpio. Me contento con cualquier pequeño detalle y valoro lo que se me ofrece a diario. No me hace falta criticar a escondidas al “contrario”. Hago el amor con quien realmente desea hacerlo conmigo. Soy feliz en los ratos que comparto con mi hija sin tener prisa en acabarlos. Tengo fe y la practico en la medida de mis posibilidades, sin que ello me haga peor que otros muchos miserables que llevan alianza. No tengo que poner excusas para quedar con mis amigos y tomar cervezas hasta que no podamos más. No necesito guardar balas en la recámara como contraprestación de favores prestados a otra persona que después, al enfadarse, me lo reprochará todo. Me importa una mierda la vida íntima de los demás y, además, estoy bastante más guapo y apetecible que cuando lucía oro en el dedo. Y todo eso siendo uno más de tantos: alguien absolutamente normal.

Lo intenté de forma tradicional y no salió. No pasa nada. No he matado a nadie, simplemente he sabido aceptar la derrota, corregir mis errores y enmendar mi camino rodeándome exclusivamente de quienes sé a ciencia cierta que me aguantan, que me quieren y que no me fallarán.

Soy soltero: sí. Divorciado para más señas, pero junto a los míos ahora formo parte de otro tipo de familia… y qué bien.

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