Revista Cultura y Ocio

Otro tipo de familia – @igriega_eme

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Tratando de no hacer ruido me abrí sigilosa un pequeño espacio entre las ramas verdes redondeadas de hojitas peinadas hacia arriba de la fila de bambúes que hacían de barda perimetral entre mi propiedad y la de los Saucedo.

El sol caía a plomo desde el cenit haciendo casi imperceptible la sombra mía y la de esos enormes vigilantes naturales que me servían de barrera y escondite haciéndome pasar inadvertida a los ojos de nadie.

Hacía un par de años atrás que había encontrado esa hermosa y pequeña cabaña hecha con maderas importadas en el lado más caluroso del estado de Morelos. Las escasas propiedades, estaban enclavadas en un pequeño valle con forma de manzana, saturado de una vegetación brillante e iluminada y que visto desde las alturas, parecía partido en dos casi con una precisión  milimétrica de arquitecto, por un hermoso río de mediano caudal que lo atravesaba con melodía de aguas en su pacífico recorrido desde el volcán hasta el mar.

Los Saucedo pasaban la mayor parte del año en su casa del valle y apenas algunas semanas en la Ciudad de México, así que era factible encontrarles ahí casi todo el tiempo. Tenían tres hijos varones, dos de los cuales se habían ido al norte del país a continuar sus estudios universitarios; sólo el menor había dado muestras de ser totalmente indiferente a los estudios tradicionales y pasaba las horas y los días inventando suertes de arte y circo, mismos que ponía a la práctica en la parte trasera del jardín.

Solitario y en cierta forma excluido por sus padres quienes pertenecían al mundo empresarial y no concebían una oveja negra de nariz roja y malabares.

Se llamaba Alejandro y desde muy pequeño había deseado ser parte de los espectáculos circenses que veía incansablemente, hasta reproducir con exactitud varias de las acrobacias y trucos que había aprendido de forma casi autodidacta.

Mi curiosidad y fascinación por lo que era capaz de ejecutar, me habían llevado a crear una serie de fotografías llamada “De esperanzas y trapecios”, la cual llevaba ya varios años creciendo con la documentación de las piruetas de Alejandro.

Hacia finales del mes de septiembre estaba a punto de concluir con mi trabajo el cual reunía más de 2500 fotografías, cuando al tratar de colocar el objetivo un poco más a la izquierda, Tejocote, mi gato, tuvo a bien colocarse justo en donde podía pisarlo y fue tal el alarido del felino que no pude huir con gracia sin ser descubierta.  No me quedo de otra más que dar la cara -la cual llevaba pintada con crema de colores para emular el camuflaje que usan los soldados- y mostrar mi absurda y disfrazada presencia ante el hijo acróbata quien al ver mi aspecto de soldado de pacotilla, no pudo más que echar a reír como un verdadero payaso.

Tartamudeando le expliqué el espíritu de la misión pictórica y para resarcir mi atrevimiento de haberle espiado por años, le ofrecí que yo misma llevaría el libro impreso con mi trabajo a sus parientes para se convencieran de que su pequeño tenía talento.

Alejandro se negaba, deseaba en sus adentros haber pertenecido a otro tipo de familia. De antemano sabía la negativa a la que me iba a exponer y quiso evitarlo, pero mi necesidad pudo mas que su impedimento y con una botella de vino, toqué la puerta una semana después a las 8 de la noche en punto.

Los señores de modales almidonados y sueños quebradizos me escucharon incrédulos mientras iban pasando una por una las fotografías de su hijo. Después de un silencio moderado y bastante incómodo, llamaron a Alex y con lágrimas rodando por los surcos de los años, lo abrazaron como frazada de infinito y liberaron para siempre la maldición que sobre él habían lanzado por no encajar en sus patrones de futuro.

A un mes de aquel suceso, mientras me columpio en la hamaca y doy un sorbo a mi vaso de soda con rodajas de fresa, me bebo con cada burbuja la satisfacción del quiebre del destino, que la lente de mi cámara logró en la forma de mirar de aquellos ojos de viejos, a quienes cada imagen fue desprendiéndoles a capas y uno a uno, sus tontos prejuicios.

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