Da igual a donde vayas, los humanos somos una plaga. En el lugar más frio, en mitad de la tierra más infértil, junto a un volcán, entre selvas o dunas de arena, en una isla diminuta o incluso debajo del agua, ahí estará un humano seguramente equipado con un móvil, bebiendo una cocacola y luciendo una camiseta de fútbol, lo que podría ser el traje tradicional terrícola. Tan solo hace falta observar un mapa y comprobar lo complicado que resulta encontrar grandes extensiones de tierra sin una población o una carretera que la atraviese. Pocos lugares, a excepción de algunas regiones polares, han conseguido mantenerse aislados del resto del mundo sin que el hombre los colonice, altere y manufacture. El outback australiano posiblemente represente la excepción. La terra Australis incognita durante siglos pasó desapercibida e inexplorada hasta que en 1770 el capitán Cook puso su interés en la nueva tierra aislada, peligrosa y apenas habitada por un puñado de aborígenes a pocos kilómetros de la bulliciosa, amable, segura y superpoblada Asia. En el outback, el corazón de Australia, no es necesario imaginarse como era la tierra antes que los humanos la colonizasen por completo. Con paisajes interminables y naturaleza inalterada sorprende más por sus dimensiones que por su belleza. Un lugar donde reina el silencio y el precio de la gasolina puede llegar a ser tan peligroso como los miles de animales venenosos que habitan el país. Tan solo una débil carretera que discurre paralela al cableado eléctrico se interpone a la inmensidad. Por ella transitan ocasionalmente kilométricos camiones, curtidos cowboys en polvorientas camionetas con grandes perros olisqueando el caluroso aire y algún que otro loco con su caravana. Mas allá un lugar poblado de extraños animales, medusas mortales en los mares, cocodrilos enormes en tierra y canguros kamikaces que intentaran estrellarse contra el parabrisas. Una tierra árida en la que habitan como desde hace siglos los aborígenes, un pueblo esquivo y nómada íntimamente relacionado con la naturaleza y que a pesar de los años no parecen adaptarse a las costumbres del hombre blanco. Es difícil ver a aborígenes en la sociedad, o en las ciudades de la costa, allí donde la plaga se extiende, prefieren seguir viviendo aislados prescindiendo por el momento del móvil, la cocacola y la camiseta de messi… junto a su tierra roja infinita del Outback.
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