Gsús Bonilla consigue que uno, al cerrar el libro tras leerlo, se emocione, esboce una sonrisa cómplice o, directamente, moquee. Tiene capacidad para hacerlo, tiene voz y tiene pluma, tiene ganas y destila romanticismo. La poesía de Bonilla tiene sello propio, mezcla la infancia en Extremadura con su madurez en Madrid, la sabiduría popular con la filosofía de Nietzsche, la sensibilidad de sus entrañas con la dureza de un entorno hostil. Y nos retrata, nos retrata a todos para que nos identifiquemos con algo, con lo más importante que nos ofrece la vida: la sensibilidad, la capacidad de emocionarnos, la empatía. Sus poemas son como los ojos de un niño, dos focos de luz abiertos como platos que nos descubren un mundo que no entendemos o que, al menos, muchos de nosotros no compartimos. Grande, Gsús, casi tanto como tu corazón.Almuerzoa la hora de comeradelgazares algo másque perder peso.en este platola necesidad de unosalimentala codicia de otros.no saques el corazóna estas horas ¡que lo van a devorar!
