Revista Comunicación
A mediados de los años 70, Steven Spielberg y George Lucas cambiaron el cine. Tiburón (1975) y Star Wars (1977) eran esencialmente conceptos de 'serie B': un escualo gigantesco asesino y una aventura espacial de espadas y princesas. Pero Spielberg y Lucas se tomaban muy en serio estas ideas y las desarrollaban con presupuestos que hacían posible que fueran verosímiles. Nacía así el blockbuster moderno que, gracias a inversiones cada vez mayores y al avance de los efectos especiales, ha hecho realidad proyectos imposibles como El señor de los anillos (2001) o el cine de superhéroes, Vengadores: Infnity War (2018). Al apoderarse Hollywood de la fantasía y la ciencia ficción, el cine de género de bajo presupuesto ha tenido que reinventarse ofreciendo ideas más arriesgadas, más violencia, sexo y gore para compensar sus carencias en valores de producción. Un cine de subgéneros en el que han buceado autores como Quentin Tarantino, Robert Rodríguez, Rob Zombie, Ti West, o recientemente Panos Cosmatos -Mandy (2018)-. Con películas como Kill Bill (2003) oGrindhouse (2007), Tarantino convirtió en cine de autor la imaginería exploit del spaghetti western, del cine de artes marciales, o del terror. Pero siempre desde una distancia autoconsciente, postmoderna, y con mucho sentido del humor. Overlord supone ahora el paso de ese cine grindhouse, de sala de barrio cochambrosa, a las limpias multisalas. La produce un descendiente directo de Lucas y Spielberg, J.J. Abrams -Star Wars: El despertar de la Fuerza (2015)- con el director Julius Avery a los mandos. La historia bebe de la leyenda del interés por lo oculto de los nazis -recordemos En busca del arca perdida (1981)- y de la macabra realidad de los experimentos genéticos que llevaron a cabo. Así, el inicio de la película es de género bélico, en toda regla, para luego sumergirse en la ciencia ficción y el terror. Un mestizaje como el de Abierto hasta el amanecer (1996), que mezclaba criminales con vampiros -con aires de western-. Así, Overlord es la fusión de Malditos bastardos (2009) y Frankenstein. La idea no es ni mucho menos nueva: recordemos la saga de videojuegos Castle Wolfestein, o productos de bajo presupuesto como la interesante Frankenstein´s Army (2013) o la paródica Iron Sky (2012). Apuntemos también elementos de un clásico gore como Reanimator (1985). Aquí el tratamiento es completamente serio y de hecho, a pesar de su sabor aventurero, la película se esmera en retratar el horror del conflicto bélico con bastante crudeza. Los soldados americanos protagonistas, si bien no son memorables, tienen la suficiente entidad. El idealista Boyce (Jovan Adepo), el duro Ford (Wyatt Rusell) y la rebelde francesa, Chloe (Mathilda ollivier), son una versión competente de Luke, Han Solo y Leia. El wise guy Tibbet (John Magaro) y el apocado Chase (Iain De Caestecker) aportan un mínimo alivio cómico a la historia. El malvado Wafner (Pilou Asbaek) es un buen villano, teniendo en cuenta que es complicado sacarse de la manga, a estas alturas, a un nazi que aporte algo diferente. Overlord es una película entretenida, competente, que hace diez años habría sido la bomba. Hoy, saturados de cine que mola, resulta imposible que tenga el impacto de Star Wars o Tiburón.