Revista Opinión
Qué maravilla es estar en un lugar en donde tienes momentos que no se oye ni un rasguño del viento, nada, sólo se puede oír el silencio. A veces el sonido de algún animalejo que roza alguna planta.
Poder experimentar esto en la aldea, donde tengo la fortuna de pasar mis vacaciones; la verdad creo que me produce hasta cierto pudor pudor, incluso escuchar mi respiración.
No quiero romper el encanto del silencio.
Pero el canto de un gallo cercano me incita a empezar a escuchar la vida de la aldea. Entonces comienza la danza acompasada de alguna cancela que se abre para sacar al ganado a pastar por algún campo muy verde; también se oye algún leve ronquido del traquetear de un tractor que seguramente irán a 'levantar' patatas que sembraron a su debido tiempo.
Oigo la furgoneta que va dejando (casi sin hacer ruido) el pan recién cocido para sus vecinos.
Pero casi simultáneamente se oye una nueva sinfonía; florece en mis oídos otros sonidos más conocidos por los habitantes de estos lugares.
Oyendo el silencio se me pasan los minutos y comienzo entonces a escuchar la campana de la iglesia que tañe con su parsimonia inconfundible propagando siete campanadas que me anuncian la hora matutina y comienzo a disfrutar de mi nuevo día, dejando de estar oyendo el silencio.
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Frase de Fernando González Ochoa