Lima 12 de octubre de 2010
Sac. Giovanni Paccosi, responsable nacional de Comunión y Liberación en Perú
Quien les habla participa en el movimiento de Comunión y Liberación desde hace treinta años, los último diez de los cuales en Perú, más especificadamente en la Diócesis de Carabayllo, Lima Norte, en la que soy párroco y docente de teología en la Universidad Católica Sedes Sapientiae.
El contacto con la gente de la parroquia y con los jóvenes estudiantes, me pone continuamente delante del dilema de ver una fe auténtica, intensa y capaz de determinar, en ciertos momentos, elecciones difíciles y sacrificios reales, pero, en el mismo tiempo apartada cada vez más, de muchos aspectos de la vida, como el trabajo, el estudio, la política, la diversión, el uso del dinero, etc. La separación entre la fe y la vida se hace evidente, aunque no teorizada, y ni siquiera deseada.
Hace diez años, cuando llegué a Lima, las Misas de mi parroquia en los domingos estaban llenas de jóvenes, y para mí, que venía de Florencia, una de las ciudades más secularizadas de Europa, era un asombro. Sospechaba, y el tiempo me ha confirmado esta impresión, que este fenómeno en parte dependiese de que para los jóvenes la parroquia constituía, en la Lima norte de ese entonces, uno de los pocos momentos de agregación posibles. De hecho, cuando han empezado a nacer los varios centros comerciales, multicines, cuando han surgido cabinas Internet a cada esquina, las cosas han ido cambiando.
Es la postmodernidad que, como decía MonsStrotmann, destabiliza y relativiza las seguridades ideológicas (y en esto me parece ver un aspecto positivo, después de tantas falsas certezas de la modernidad), y también atrofia en una incertidumbre universal la fuerza del sentido religioso, del corazón en sentido bíblico, identificando en pequeños horizontes, en fragmentos de satisfacción, lo único que pueda dar valor a la vida, en una separación creciente entre lo que se afirma como teórico significado de la vida y la vida misma en la concreción del día a día. En las periferias urbanas, crisoles de la modernidad se asiste más que en otro lado a esta "pérdida del gusto de vivir", renuncia a la lucha y al deseo de conocer, por una "mejor condición social", o sea por la ilusión de poderse realizar estableciéndose en una clase social más adinerada.
Sale a flote una debilidad de la experiencia de la fe, que vivimos todos, y quisiera contar como, sobre todo en este último año, animado por el carisma de Comunión y Liberación a seguir el testimonio personal de Benedicto XVI, me parece haber encontrado algunas claves para leer la post-modernidad en que vivimos, e descubrir con fuerza una posibilidad de novedad que no suponga, como condición de partida, un cambio de la sociedad, que es, me parece, el fruto de la contribución de nosotros los cristianos.
Cito una frase de Benedicto XVI, que podría ser el título de otro congreso, para continuar el trabajo tan interesante de estos días, del cual hay que agradecer profundamente a la Familia Paulina:
Los tiempos que estamos viviendo nos sitúan ante problemas grandes y complejos, y la cuestión social se ha convertido, al mismo tiempo, en cuestión antropológica. Se han derrumbado los paradigmas ideológicos que, en un pasado reciente, pretendían ser una respuesta "científica" a esta cuestión. La difusión de un confuso relativismo cultural y de un individualismo utilitarista y hedonista debilita la democracia y favorece el dominio de los poderes fuertes. (...) La contribución de los cristianos sólo es decisiva si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación.
En los días cercanos a la Semana Santa se desató en todo el mundo la campaña mediática relativa al tema de la pedofilia de los sacerdotes, coincidiendo con la publicación de la Carta pastoral de Benedicto XVI a los católicos de Irlanda. Las acusaciones a menudo salían del cuadro y dentro de la Iglesia se respiraba un clima de vergüenza pero también de resistencia a las falsedades, un deseo de tomar partido en defensa de los centenares de millares de sacerdotes auténticos. También en Lima nos encontramos con los representantes de todos los movimientos para ver qué hacer. La Carta del Papa y sus gestos, en Malta, como en otras ocasiones siguieron otro camino.
No se preocupó de defender la Iglesia, sino de que se leyera esta circunstancia dolorosa como una llamada de Dios a conversión. La carta es un ejemplo extraordinario de esta actitud, que sin defenderse, se expone a los golpes, porque es cierta de una verdad más fuerte de las olas del mal, y es cierta de que el mal que todos llevamos adentro sólo lo puede vencer Cristo. Comentando este testimonio del Papa, Julián Carrón el día de Pascua escribía en el mayor periódico de Italia:
"El Papa, con su audacia que desarma, paradójicamente, no ha sucumbido a esta reducción de la justicia que la identifica con cualquier medida. Por una parte, ha reconocido sin vacilaciones el mal cometido por sacerdotes y religiosos, les ha exhortado a que asuman sus responsabilidades, ha condenado el modo erróneo de gestionar el caso por el miedo que algunos obispos han tenido al escándalo, ha expresado todo el desconcierto que sentía por los hechos y ha tomado las medidas necesarias para evitar que se repitan. Pero, por otra parte, Benedicto XVI es bien consciente de que esto no es suficiente para responder a las exigencias de justicia por el daño inflingido: "sé que nada puede borrar el mal que habéis sufrido. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad". Así como tampoco el hecho de cumplir las condenas, o el arrepentimiento y la penitencia de los autores de los abusos nunca serán suficientes para reparar el daño causado a las víctimas y a ellos mismos. El único modo de salvar -para considerarla y tomársela en serio- toda esta exigencia de justicia es reconocer la verdadera n aturaleza de nuestra necesidad, de nuestro drama. "La exigencia de justicia es una petición que se identifica con el hombre, con la persona. Sin la perspectiva de un más allá, de una respuesta que está más allá de las modalidades existenciales experimentables, la justicia es imposible... Si fuera eliminada la hipótesis de un más allá, esa exigencia sería innaturalmente sofocada" (Luigi Giussani). ¿Y cómo la ha salvado el Papa? Acudiendo al único que la puede salvar. A Alguien que hace presente el más allá en el más acá: Cristo, el Misterio hecho carne. "Él mismo víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros, Él lleva aún las heridas de su sufrimiento injusto. Él comprende la profundidad de vuestro dolor y la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia". Acudir a Cristo, por tanto, no es buscar un subterfugio para escapar de las exigencias de la justicia, sino el único modo para realizarla. El Papa acude a Cristo, evitando un e
Esta postura es la que me ha hecho entender que la certeza de Cristo como único Mesías, no es fuente de una batalla para que seamos reconocidos, sino para ser verdaderos en entregar todo nuestro ser a la construcción de su reino en un ímpetu de conversión.
Como decía Mons Strotmann:
"Es el Mesías/Cristo que nos une definitivamente con el Dios amor y esta unión tiene como consecuencia, la de vivir desde esta fuente para con los demás. Este amor de Dios es siempre 'para siempre', lo que hace la diferencia con las esperanzas cortas, meramente intramundanas. (...)Como Iglesia se puede contestar ante los mesianismos solo con una identidad propia muy clara. Pero, no se contesta adecuadamente con la insistencia en la superioridad de la verdad propia, sino desde esta verdad con una autentica sensibilidad cristiana ante el déficit de humanidad en la experiencia de los afectados, reconociendo este déficit y señalando la debida solidaridad para su superación. La verdad de nuestra fe no se deja propugnar en forma consistente sino con el método del amor."El Papa, todavía Cardenal Ratzinger escribía hace años:
" Puede la fe seguir triunfando hoy en día?... Sí, porque corresponde a la naturaleza de hombre. En el hombre vive un anhelo y una nostalgia inextinguibles de lo infinito. Ninguna de las respuestas que ha buscado resulta suficiente. Tan solo el Dios que se hizo finito, al fin de rasgar nuestra finitud y conducirnos a la amplitud de su propia infinitud, puede salir al encuentro de las preguntas de nuestro ser. Por eso, también hoy en día la fe volverá a encontrar al hombre."
El Papa, en los discursos que ha hecho y en los encuentros que ha tenido en Escocia y en Inglaterra, no sólo ha defendido la verdadera naturaleza del hombre frente a cualquier reducción, sino que se ha dirigido a la persona sin reducción alguna, a lo que es más original de la persona, mucho más profundo que las costras culturales: el corazón; y lo ha hecho dando testimonio de la pasión que Cristo tiene hoy por el hombre. Ha afirmado:
"En las cuatro intensas y bellísimas jornadas transcurridas en esa noble tierra tuve la gran alegría de hablar al corazón de los habitantes del Reino Unido, y ellos han hablado al mío, especialmente con su presencia y con el testimonio de su fe. [...] A los numerosos adolescentes y jóvenes, que me acogieron con alegría y entusiasmo, les propuse que no persigan objetivos limitados, contentándose con elecciones cómodas, sino de apuntar hacia algo más grande, es decir, la búsqueda de la verdadera felicidad que se encuentra sólo en Dios. [...] He querido hablar al corazón de todos los habitantes del Reino Unido, sin excluir a nadie, de la verdadera realidad del hombre, de sus necesidades más profundas, de su destino último"El discurso que dio en Westminster, en el mismo lugar en que cinco siglos atrás fue condenado Tomás Moro, es un ejemplo impresionante de esta libertad con que el Papa propone la verdad de Cristo con amor y con la humildad de quien sabe de deber convertirse continuamente a +el, y guiar la Iglesia a hacer lo mismo, sin triunfalismos, ni miedos, porque la victoria es de Cristo, pero pide nuestra disponibilidad al testimonio.
El Papa lee la historia a partir del título de Theotokos atribuido a la Virgen, y hace de esto la clave para entender lo que está en juego en la historia del hombre: "Dios no permaneció en sí mismo: salió de sí mismo, se unió de tal forma, tan radicalmente con este hombre, Jesús, que este hombre Jesús es Dios, y su hablamos de Él, podemos siempre también hablar de Dios. No nació solamente un hombre que tenía que ver con Dios, sino que en Él nació Dios sobre la tierra. Dios salió de sí mismo. Pero podemos también decir lo contrario: Dios nos atrajo en sí mismo, de modo que ya no estamos fuera de Dios, sino que estamos en su intimidad, en la intimidad del mismo Dios."
Refiriéndose más adelante a la elección de Juan XXIII de poner bajo la protección de la Theotokos al Concilio Vaticano II, nota como el Papa Pablo VI fue quien le atribuyó la advocación de Mater Ecclesiae. Se trata de lo mismo, dice Benedicto XVI, porque "Donde nace Cristo, comienza el movimiento de la recapitulación, comienza el momento de la llamada, de la construcción de su Cuerpo, de la santa Iglesia. La Madre de Theós, la Madre de Dios, es Madre de la Iglesia, porque es Madre de Aquel que vino para reunirnos a todos en su Cuerpo resucitado."La parte más sugestiva y la con que quiero cerrar estas notas es aquella en que Benedicto XVI afirma que hoy la victoria de Cristo sigue en la historia gracias al sí de todos aquellos que aceptan de sufrir por el amor, en el amor de Cristo, de los mártires de los primeros siglos y de todos los tiempos. "También hoy, en este momento, en el que Cristo, el único Hijo de Dios, debe nacer para el mundo con la caída de los dioses, con el dolor, el martirio de los testigos. Pensemos en las grandes potencias de la historia de hoy, pensemos en los capitales anónimos que esclavizan al hombre, que ya no son cosa del hombre, sino un poder anónimo al que sirven los hombres, por el que los hombres son atormentados e incluso asesinados. Son un poder destructivo, que amenaza al mundo. Y después el poder de las ideologías terroristas. Aparentemente en nombre de Dios se hace violencia, pero no es Dios: son divinidades falsas que deben ser desenmascaradas, que no son Dios. Y después la droga, este poder que como una bestia voraz extiende las manos sobre todos los lugares de la tierra y destruye: es una divinidad, pero una divinidad falsa, que debe caer. O también la forma de vivir propagada por la opinión pública: hoy se hace así, el matrimonio ya no cuenta, la castidad ya no es una virtud, etc. Estas ideologías que dominan que se imponen con fuerza, son divinidades. Y en el dolor de los santos, en el dolor de los creyentes, de la Madre Iglesia de la cual somos parte, deben caer estas divinidades, debe realizarse cuanto dicen las Cartas a los Colosenses y a los Efesios: las dominaciones, los poderes, caen y se convierten en súbditos del único Señor Jesucristo.
He aquí lo que me ha enseñado este año al seguimiento de Benedicto XVI: la victoria de Cristo y de su Iglesia no es la afirmación de su poder mundano, sino el sacrificio aceptado para edificar en el mundo el inicio del Reino, para hacer de la Iglesia el signo vivo para todos de que la esperanza es posible, y que el hombre está llamado a la vida plena y feliz.