Revista Infancia

Pablo, el economista

Por Pingüicas

Pablo, el economista

Esta mañana, no tuvimos que pelear con Pablo para que se apurara a vestirse, a desayunar ni a ponerse los zapatos. Estaba listo, antes que todos, parado en la puerta y con mochila en hombros: “¡Vámonos, papá! Si no, nos cierran la escuela y hoy hay tiendita”.

En la escuela de mis hijos, sólo ponen la tiendita dos viernes al mes, lo cual lo hace un evento muy especial. No crean que se vende nada extraordinario, es decir, nada que Pablo no pudiera comprar cualquier otro día en el 7-Eleven que está a una cuadra de la escuela. La gran diferencia radica en que en la escuela no está su mamá, quien lo obliga a pasar todas sus sugerencias por el filtro de “eso sí, eso no”, pero más importante aún, le encanta la idea de ser el dueño de su dinero. No hay cosa que lo haga más feliz que tener una moneda en la bolsa del pantalón porque creé que se puede comprar ―literalmente― el mundo completo.

Ya tiene 5 años. Comienza a sumar. Sabe contar hasta el 100. Sin embargo, cuando se trata de dinero, él se pierde en su mundo de fantasía, y sus monedas de pronto adquieren un valor infinito. Me encanta.

Obviamente, prefiere recibir 3 monedas de $1 a una moneda de $10. Así tiene más dinero, ¿comprenden? En su mundo, tiene más valor una moneda de 50 centavos que un billete de $200, simplemente porque brilla.

Ah, mi Pablo, el economista.

Para él, un “no tengo dinero” no es ningún impedimento: “Pues ve al banco, ahí tienen mucho”. Mis esfuerzos por tratar de explicarle cómo funciona han sido en vano. Es igual al asunto de las mudanzas (en Pablolandia, claro). Él piensa que si te gusta una casa, sólo tienes que esperar a que se desocupe para gritar: “¡Shot!”. El chiste aquí es apurarte para que nadie te la gane, al estilo de “el-que-se-fue-a-la-Villa, perdió-su-silla”.

Lo cual, por cierto, también resuelve el problema de los indigentes (ojo, Presidente Calderón): “Pobre niño de la calle… ¡ya sé! Cuando nos mudemos, vamos rapidísimo con ese niño y le decimos que nuestro departamento ya está desocupado. Si se apura, ¡ya no será de la calle!”. Ah, mi Pablo… bueno, la intención es la que cuenta, ¿no?

Por ejemplo, todos mis esfuerzos por tratar de encontrar el regalo perfecto de Reyes Magos se fueron al hoyo cuando su amigo le platicó que a él, los Reyes le habían dejado dinero en su zapato. Palabra mágica. “¡Le dieron dinero, ma! ¡Se puede comprar todo lo que quiera! El año que entra yo también les voy a pedir dinero”.  ¿Mi respuesta?  “Yo también, Pablo. Yo también”.

Para tratar de enseñarle un poco acerca del valor del dinero, Beto y yo decidimos darle trabajo: Ayúdale a tu papá a lavar el coche; ayúdame a encontrar los pares de los calcentines; por favor bolea los zapatos (ojo: don´t try this at home); riega las plantas de tu Abu… Se gana $10 pesos por trabajo. Tiene que juntar $90 para comprarse el Monster Truck que tanto quiere. Al día de hoy, lleva $60. Creo que ya comienza a darse cuenta de lo que implica ganarse el dinero.

Mientras tanto, hoy se fue con $25 a la tiendita de la escuela. Con eso, le va a comprar “a todos sus amigos todo lo que ellos quieran…”.

Lo que me queda claro es que lo que no tiene de rico, lo tiene de generoso. Y si algo tiene en abundancia, es imaginación.

Ah, Pablo, mi economista favorito.


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