A veces coincido en mis guardias con una auxiliar de enfermería que me cuenta esos problemas de mis pacientes que mis pacientes no me cuentan a mí.
-Es que los enfermos no os dicen ni la mitad de lo que les pasa. Muchas veces se sienten más cercanos a los enfermeros o a los auxiliares y con nosotros se sinceran más.
Supongo que no será así para todos los casos, pero sí para bastantes. Y como a mí me gusta enterarme de lo que se les pasa por la cabeza a mis pacientes, intento sacar unos minutos en cada guardia para que esta auxiliar me cuente lo que en realidad está pasando en mi planta.
Hace unos meses me sorprendió un comentario suyo:
-Este señor, en cuanto se vaya de alta y llegue a casa, le va a pegar a la mujer.-¿Cómo sabes eso?-Porque ya son muchos años los que llevo trabajando.
Yo nunca le vi pegar a la mujer durante el tiempo que estuvo ingresado. No obstante, sí que noté gestos hacia ella que no me hicieron ninguna gracia: malas contestaciones y pequeñas humillaciones públicas.
Desde ese momento, me siento mucho más sensibilizado con el problema de la violencia de género. ¿De dónde viene? ¿Existe un componente educacional que no estemos detectando? Entonces me acordé de las canciones que cantaban las niñas de mi clase del colegio, durante el recreo, hace apenas veinte años. Es clásica esa que dice:
una niña fue a jugar,
pero no pudo jugar
porque tenía que lavar.
Aunque claro, esta canción resulta muy descafeinada cuando la comparamos con otra que normaliza que los hombre sean infieles y que dice así:
Soy capitán de un barco inglés
y en cada puerto tengo una mujer.
La rubia es sensacional
y la morena tampoco está mal.
Ya entramos en un maltrato claro cuando recordamos esa otra canción que dice:
Al pasar por el cuartel
se me cayó un botón
y vino el coronel
a pegarme un bofetón.
Tal bofetón me dio
el pedazo de animal
que estuve siete días
sin poderme levantar.
La canción sigue cuando el bruto del coronel aconseja a la niña como evitar que él le dé bofetones:
Cómprate un vestido de color café.
Cortito por delante y cortito por detrás.
Y por si todo esto no fuera suficiente, el premio gordo a la canción infantil más destructiva se lo lleva ésta, que sin ningún tapujo comienza así:
El verdugo de Sancho Panza
ha matado a su mujer
porque no le da dinero
para irse, para irse al café.
Foto: Puente de San Telmo a las siete y media de la mañana. Una foto muy bonita para quitar la amargura que me crea escribir sobre un tema nada bonito.