No soy un gran entendido del flamenco. En realidad no entiendo casi nada. Me hablan de los palos del flamenco y me podría imaginar a un pájaro blanco, sobre una pata, manejando unos nunchakus.
Sin embargo me encanta el sonido de una guitarra. Es cierto que, en general, lo que más escucho es guitarra eléctrica. Solos incendiarios de melenudos enfundados en cuero, en ambientes llenos de humo y con headbangers entre el público. Pero también me atrapan las notas de las guitarras acústicas, las españolas y, si me apuras, hasta las bandurrias bien punteadas.
Hace unos cuantos años, creo que andaba yo empezando la universidad, me compré un disco de Paco de Lucía. En aquellos tiempos sin Spotify, uno iba a comprar música un poco a ciegas. Te gustaba un artista, entrabas en la tienda de discos de El Corte Inglés o en Elepé y o bien te hacías con un Greites Jits o probabas suerte con algún álbum esperando a llegar a casa, tardar tus quince minutos en lograr extraer el envoltorio y, por fin, sentarte a ver si aquello te gustaba.
Aquel disco en concreto se titulaba “Live in America”. No tengo ni idea de por qué me decidí por ese. Sólo sabía que quería un disco de Paco y ese fue el elegido, un poco al azar. Y reconozco que me costó. La guitarra flamenca se mezclaba con un bajo eléctrico, un cajón, una flauta travesera, taconeos… y en muchas canciones con cante. Y a mí el cante flamenco no me entra. Mi ignorancia en ese mundo es infinita y no soy incapaz de apreciar sus bondades, ni de emocionarme con el quejío del cantaor.
Sin embargo, el disco abría con una canción que me hipnotizó desde el primer segundo. Sólo Paco de Lucía y su instrumento. Sólo notas con una cadencia, una precisión, una velocidad y un sentimiento casi sobrehumanos. Sólo una historia que se va narrando a través de las seis cuerdas de su guitarra, cambiando de ritmos, de emociones, de intenciones, de colores. El tema, que he escuchado una infinidad de veces desde entonces, mucho más que, confieso, el resto del disco, se titula “Mi niño Curro”. Y Curro es el nombre de uno de sus hijos. Concretamente, el que ha dirigido este documental.
Cuento todo esto porque, cuando acudí al preestreno de “Paco de Lucía: la búsqueda”, lo hice sin expectativas. Nunca ha sido mi héroe, ni un tipo al que haya seguido la pista, aunque aquel tema hiciese que, sin saber casi nada sobre aquel tipo serio pegado a una guitarra, me cayese simpático. Así que, allí estaba yo, sin conocer demasiado la figura del maestro, sin ser un admirador del flamenco, esperando a una película de un género que no frecuento demasiado.
Así que me sorprendió muy gratamente salir del cine emocionado.
Porque el documental se acerca a la figura de Paco de forma cálida, cercana, sin alardes. Es muy común en este tipo de largometrajes que abordan una figura conocida, que la ensalcen, la endiosen y la conviertan en un ejemplo para la humanidad. Sin embargo, en este caso se trata de todo lo contrario. Ya sabemos que Paco de Lucía era un genio, un maestro, un tipo que rompió moldes, con lo que su hijo se preocupa de atraer la mirada de la cámara hacia la parte humana. Hacia el padre, el músico obligado a mantener las expectativas que genera, sus inseguridades, sus virtudes y defectos, su lado más cercano y abierto.
Porque, el hecho de que le esté contando su vida a su propio hijo, hace que el guitarrista se encuentre a gusto y hable sin tapujos. Como dice en algún momento, “me gusta el cachondeo más que a un tonto un lápiz”, con lo que las anécdotas de su carrera, a través de esa voz grave y tranquila, se ven aderezadas con el sentido del humor socarrón de un tipo que ha recorrido el mundo de arriba abajo y que ha visto de todo, que no pretende quedar bien ni andarse con paños calientes.
Por supuesto, no se pierde de vista su evolución, desde el chaval con grandes aptitudes para la música hasta la leyenda en la que se convirtió, testimonios de la gente que le ha influido e impresionado y de aquellos a los que él ha dejado marca, pero todo está cubierto con ese aire familiar y cercano, como si nos estuviera contando la historia en una vieja cocina de hierro, al calor de la lumbre, esperando la cena.
La cinta está plagada de situaciones surrealistas, como la psicotrópica promoción acompañado de dos azafatas; intimistas, como sus impresiones después de grabar un concierto; o entrañables, como las despreocupadas conversaciones con sus hijos. Un puñado de momentos de toda índole, muy bien escogidos, que nos acercan a su forma de concebir la vida, su carácter, sus manías y sus rutinas.
Si a todo esto le añadimos imágenes de sus conciertos, de sus ensayos, de su música, dejándonos embobados con el baile de sus dedos entre los trastes y un tratamiento muy chulo de las fotos que se nos presentan, los 95 minutos que dura el docu se nos pasan en lo que se tardan en rasgar unas cuerdas bien afinadas.
“Paco de Lucía: la búsqueda” es la peli definitiva e imprescindible para todo admirador del maestro de maestros y simplemente un grandísimo documental para todos aquellos que somos profanos a este mundo. Y, por qué no, una oportunidad para acercarnos a él, de puntillas, sin ser vistos.