De resultas de lo escrito ayer acerca de Shakespeare, recibo en Twitter un recuerdo de Paco Sánchez, que menciona un texto suyo, largo, muy bueno y muy recomendable, que primero fué conferencia y luego ensayo publicado, además de en La Voz de Galicia [La escritura como modo de vida (Pomar)], en el libro Vagón-bar (Ediciones Internacionales, Madrid, 1999).
Agradecido por el recuerdo y esperando que cuantos más, mejor, se animen a leer completa la conferencia-ensayo sobre "ser escritor", este es el relato de la anécdota que Paco recuerda:
(...) A mediados de los años ochenta, un grupo de periodistas españoles visitó algunos de los medios de comunicación más prestigiosos de los Estados Unidos y, por tanto, del mundo. Dos profesores de mi universidad guiaban aquella expedición. Por supuesto, acudieron al Washington Post y pudieron charlar un buen rato con Ben Bradlee, el mítico director del Post, que capitaneó el equipo de investigación del caso Watergate. Los profesores decidieron aprovechar la ocasión para preguntarle a Bradlee qué haría él, si estuviera en su lugar, para formar mejor a los futuros periodistas que tenían como alumnos en Navarra. Bradlee habló enseguida y, sorprendentemente, dijo: “Hacerles leer todo Shakespeare”.
El afamado jefe de Bob Woodward y Carl Bernstein no dijo nada sobre la importancia de formar periodistas agresivos, periodistas que supieran moverse en la calle, periodistas que supieran manejar con cuidado las fuentes de información, periodistas muy especializados, periodistas que dominasen la informática, los idiomas, el lenguaje judicial o el administrativo. Ni siquiera habló de periodistas que escribiesen bien. Sólo dijo: “Hacerles leer todo Shakespeare”. Y además lo explicó.
Ben Bradlee apuntaba con su frase a que en Shakespeare está casi todo lo que hay que saber sobre el hombre: sobre sus pasiones, sus virtudes y vicios, su anhelo permanente de felicidad y sobre cómo ésta se puede alcanzar o perder. Esto era lo más importante para el periodista más admirado del Planeta. Y tenía razón. Ante todo, un buen comunicador debe conocer a fondo el ser humano, puesto que éste es el objeto y el fin de sus mensajes. Nada interesa tanto al hombre como el propio hombre, como muy bien lo demuestran todos esos autores que han sabido tocar la esencia de lo humano en sus obras y, precisamente por eso, son clásicos. Es decir, gente que tiene mucho que decir a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los lugares que quieran establecer un diálogo con sus obras. Ellos son los grandes comunicadores de todos los tiempos: amigos a los que debemos visitar con frecuencia.
Pero no se aprende humanidad exclusivamente en los libros, ni siquiera principalmente en ellos. Sólo es capaz de entender lo genuinamente humano -y por tanto de hacerlo entender- quien se acerca siempre a las personas, no ya con respeto, sino incluso con cariño; quien procura tratar siempre a los demás, a cada hombre y a cada mujer, como fines en sí mismos y no como medios para alcanzar otros fines que siempre serán egoístas. El que procede así -el que trata a los demás como medio para sus propios fines- es un manipulador por muy dignos o elevados que sean sus propios fines. Y un manipulador es la antítesis de un buen comunicador . (...)
Muchas gracias, Paco. Buenos días y buena suerte (dicho sea en recuerdo de Ed Murrow, gran periodista íntegro).