Revista Opinión

Pactar sin morir en el intento

Publicado el 22 junio 2016 por Polikracia @polikracia

A menos de una semana de la celebración de nuevas elecciones generales, la demoscopia vuelve a las portadas de los diarios y los sondeos dibujan diferentes escenarios en un marco mucho más delimitado que con anterioridad a los comicios de diciembre. Las estimaciones de las principales casas de encuestas arrojan una serie de conclusiones comunes de cara al 26J: la victoria holgada del PP, que mejoraría tímidamente en porcentaje aunque podría perder algún acta respecto a diciembre; el ‘sorpasso’ en votos (y probablemente en escaños) de Unidos Podemos al PSOE, hoy segunda fuerza; y la consolidación de Ciudadanos, que repetiría resultado.

Ante la falta de mayorías claras para formar gobierno y la reciente experiencia fallida de negociaciones entre los partidos, la información política parece centrada (si es que alguna vez no lo estuvo) en adivinar las alianzas que estos perseguirán a partir del 26; cuando el recuento termine y ninguno haya conseguido por sí mismo, y quizá tampoco con el apoyo de uno solo, reunir los votos suficientes para investir a un presidente del gobierno. Hay dos que han puesto sus cartas sobre la mesa: el Partido Popular apostaría, igual que tras la cita de diciembre, por un gobierno de ‘gran coalición’ con el Partido Socialista y Ciudadanos para el que se desconoce si estaría dispuesto a dejar caer al actual presidente en funciones Mariano Rajoy. Unidos Podemos, por su parte, insiste en su prioridad de conformar una ‘coalición progresista’ con los socialistas; “como tras el 20D”, señalan desde sus filas, aunque esta vez los morados podrían ser socios mayoritarios.

Los otros dos grandes partidos, abrazados a su preacuerdo de gobierno y con un electorado dividido y confuso, son más cautos en la expresión de sus preferencias. Albert Rivera no explica si reeditaría su pacto con el PSOE y muestra un tono muy crítico con Rajoy, aunque no especifica si la cabeza del presidente en funciones sería su línea roja para apoyar a un Ejecutivo conservador. Pedro Sánchez, resentido tras una investidura fracasada y relegado a la tercera plaza por las encuestas, se muestra incapaz de articular una política concreta de pactos cuando se le pregunta por ello. En esta materia el líder socialista no sólo tiene dividido a su electorado, sino también a los cuadros medios de su partido. Si los pronósticos se cumplen, el PSOE jugará un papel decisivo en la formación de gobierno y deberá optar entre perpetuar en la Moncloa a su enemigo conservador, asediado por la corrupción y cuya gestión de la crisis económica ha criticado con dureza, o a su rival populista que le señala como uno de los culpables del descontento y de la crisis de representación que asola el continente europeo.

La tesitura no es fácil y la campaña transcurre entre las presiones a izquierda y a derecha para que el PSOE revele una política de pactos sobre la que ni siquiera existe un consenso entre las paredes de Ferraz. De su votante sabemos varias cosas: que se muestra más reacio que antes del 20D a negociar con Unidos Podemos, del mismo modo que el votante morado encuentra ahora mayores obstáculos para forjar un acuerdo con el PSOE; y que sin embargo, un gobierno de coalición UP-PSOE sería la alternativa viable (descartando que PSOE y Ciudadanos sumen más de 170 escaños) preferida por el votante socialista, muy por delante de un gobierno de coalición PP-PSOE. De su batalla interna también nos es posible dilucidar ciertas cosas: algunas voces, visiblemente dolidas con la actitud de Podemos hacia el PSOE en los últimos meses, se inclinan por una abstención que facilite la investidura de Rajoy como reacción al ‘sorpasso’. Pero la línea oficial, y el propio Sánchez, insiste en descartar esta opción mientras evita comprometerse a apoyar a un candidato de Unidos Podemos y apaga las polémicas de sus propios ministrables, como Jordi Sevilla, que hace días incendió la red con un tuit ciertamente malinterpretable.

Como apunta Iñaki Gabilondo, el PSOE afronta estas elecciones teniendo que elegir entre la guillotina o la silla eléctrica. La fuga de votantes que parece inevitable durante la campaña podría proseguir tras el 26J, cuando su papel central pueda obligarle a determinar el futuro político próximo del país. Nos parece arriesgado asegurar cuál sería la estrategia a adoptar para garantizar su supervivencia, pero entendemos que, de confirmarse el ‘sorpasso’ de UP y con el bloque de izquierdas por delante del PP y Ciudadanos, el PSOE debería decantarse por la opción que a continuación desarrollamos. Una estrategia que, lejos de ser ideal, sí permitiría minimizar la irremediable fuga de votantes, responder ante sus electores con una justificación plausible y, lo más importante, activar un proceso de regeneración democrática del que se beneficiarían las tres principales patas del actual sistema de partidos: PP, Podemos y el propio PSOE.

Esta estrategia comenzaría por cumplir con la palabra dada en campaña y hacer realidad el ‘verano sin Rajoy’, al no facilitar la formación de un gobierno popular con su voto ni tampoco por la vía de la abstención. Enviar al PP a la oposición sería la manera de atender satisfactoriamente a una demanda mayoritaria de sus votantes y devolvería a los conservadores, en palabras del partido de Sánchez, al único lugar en el que estos pueden regenerarse, democratizar su organización y depurar responsabilidades políticas por los sucesivos escándalos de corrupción que han protagonizado.

Descartado el apoyo al PP, y para fortalecer el relato de que todo cambio pasa por el Partido Socialista, su siguiente paso no podría ser otro que facilitar la formación de un gobierno progresista liderado por Unidos Podemos, en el que, no obstante, no se vete la eventual entrada de otras formaciones (como Ciudadanos) con vistas a no perder la centralidad política. Frente a la intransigencia de quienes en las anteriores negociaciones repartieron carteras ministeriales y desviaron el debate de las propuestas, los socialistas deberían actuar con la humildad y el sentido de Estado que entonces anhelaron en la formación morada que, viéndose inmersa en un maniqueísmo pendiente de la calculadora y el rédito electoral, retrasó el rescate de los colectivos más vulnerables y el fin de un gobierno regresivo para el conjunto de la ciudadanía. El PSOE se limitaría, pues, a exigir a Unidos Podemos un programa de mínimos que le obligarían a cumplir desde el lugar que el electorado ha elegido para él: la oposición, no entrando a formar parte del nuevo Ejecutivo.

No obstante, dado que el cambio político no debe ser cuestión de rostros ni personalismos, este debería estar liderado por una figura alejada de la agresividad con la que ‘Coleta Morada’ arremetió contra el PSOE en la pasada legislatura. Por ello, la formación socialdemócrata habría de pedir un paso atrás al candidato oficial de Unidos Podemos, permitiendo la elección de un presidente con un perfil moderado, que rompa con la polarización de la cal viva y trabaje activamente con la oposición por la unidad social del país y la construcción de grandes pactos de Estado. Algunos datos avalarían este punto de la estrategia: Pablo Iglesias causa un alto rechazo entre los votantes de su propia coalición y especialmente entre las mujeres. El veto político al líder, fundamental en la estructura de un partido de corte populista como demuestra el historial de otros países, desencadenaría un relevo en los mandos de Podemos y constituiría la “segunda pata” del proceso de regeneración.

Tras la formación del nuevo gobierno de UP con las condiciones marcadas por el PSOE, Pedro Sánchez dimitiría al frente del partido abriendo un proceso de primarias abiertas. El nuevo secretario general (o la nueva secretaria, situada ya en el imaginario colectivo) debería emprender y liderar una reflexión profunda de la organización que abordase, entre otras cuestiones:

  • La regeneración completa del partido para alejar cualquier sospecha de corrupción, oscurantismo y sectarismo.
  • La redefinición del proyecto socialdemócrata basado en el derecho a la diversidad y no en la diversidad de derechos. El Partido Socialista encontraría aquí la oportunidad para constituirse en la izquierda nacional que abandonó para abrir descafeinadamente la causa plurinacionalista que hoy lidera, sin ambages, Unidos Podemos. Ya sea por diferenciarse de su rival como por recuperar sus tesis igualitaristas, los socialistas tendrían la necesidad de demoler su indefinición en torno al nuevo Estado federal del que pretenden ser tan protagonistas como lo fueron en 1978 y durante los más de treinta años de democracia.
  • El establecimiento de mecanismos para mejorar el proceso de selección de élites, impulsar la participación de la afiliación y abrir el partido a la ciudadanía.
  • La coralidad en el liderazgo que facilite la unidad dentro del partido y rompa con la brecha generacional (‘viejas élites vs. nuevas’). En este sentido, la bicefalia entre la secretaría general y la candidatura a la presidencia del gobierno sería percibida como un elemento positivo.

Paralelamente a su propio camino de regeneración (“tercera pata”), el PSOE no podría olvidarse de realizar una oposición férrea pero responsable dentro del Parlamento. Controlar a un gobierno con ochenta o noventa diputados y frenar sus propuestas más controvertidas no resultaría matemáticamente difícil. Llegado un punto de no retorno en el desgaste del Ejecutivo y abanderados de un trabajo sólido y una estructura completamente renovada, los socialistas suspenderían a la formación populista en la cuestión de confianza que ya se planteó en el Acuerdo del Prado de Compromís, y podrían solicitar unas nuevas elecciones en las que tratar de erigirse de nuevo como el referente del centroizquierda. Sería esta su modesta pero útil contribución para regenerar nuestro país y revitalizar la socialdemocracia europea, que hoy languidecen. Tal vez entonces le reconoceríamos, como dijo Zapatero, como el partido que más se parece a España. Y mientras tanto, le estaremos esperando.

* Artículo escrito en colaboración con Sergio Moreno Ríos.


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