Revista Música
Hay una línea que es más fácil cruzarla en francés. La de ser ridículamente romántico con tu depresión. Benjamin Biolay, el para todo el mundo, sucesor de Serge Gainsbourg y de la chanson francesa, siempre te fuma al oído. Siempre te envuelve en ese susurro grave y pastoso moviendo su voz sufriente entre dos o tres yeites galantes como los viejos seductores de siempre. Biolay habla bajo para que lo escuches y habla porque para cantar tiene su música. Padam lo muestra como lo que es: su mejor productor.
Biolay tiene la abstracción del escritor que no para nunca de corregir y lleva el peso de sus fantasmas en la voz. Pero siempre tiene el mejor sonido posible y sus canciones son un catálogo de arreglos. Esta es de su último disco, La Superbe, del año pasado, y el groove casi dance, más el punteo de dibujo animado, más este absorvente video son un muestra perfecta de ese universo que es tímido y conquistador. Una banda de espaldas a un auditorio vacío. Y un bailarín entre tonto y mágico llevándose la canción en cuatro patas. El humor francés de hacer el ridículo con estilo. Por supuesto, todos los que lo vieron en vivo alguna vez saben que Benjamin es incapaz de bailar así.