El pasado 30 de octubre, el Siervo de Dios P. Padre Tomás Morales, fundador
de cruzados y militantes de Santa María, habría cumplido 103 años; y el 1 de
octubre celebramos los 17 años de su partida para la eternidad, ya que ese
día –como gustaba decir- "comenzó vivir para siempre". A los pocos días de
su muerte, MONS. MARIO TAGLIAFERRI, NUNCIO DE S. S. EN ESPAÑA, (MADRID, 13
DE OCTUBRE DE 1994)celebró la Santa Misa por el eterno descanso de su alma y
en la homilía lo denominó "profeta del Concilio Vaticano II". A puertas de
la conmemoración de los 50 años de este gran acontecimiento eclesial, bueno
es recordar sus palabras para agradecer al Señor por tan gran profeta de
nuestro tiempo.
Podemos afirmar que es como un profeta del Concilio Vaticano II en su
visión sobre la promoción del laicado en la Iglesia y en el mundo.
¡Cómo saboreaba la doctrina del capítulo IV sobre los laicos, o el V sobre
la vocación universal a la santidad, de la Lumen gentium, o el decreto
Apostoticam actuositaten: "A los laicos corresponde, por propia vocación,
tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y
ordenándolos según Dios. Viven en el mundo. Allí están llamados por Dios
para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu
evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a
modo de fermento. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde
iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente
vinculados, de tal modo que, sin cesar, se realicen y progresen conforme a
Cristo y sean para la gloria del Creador y Redentor" (LG 31 b).
El P. Morales tenía una especial personalidad y, por lo tanto, objeto de
posibles interpretaciones que superaba con obediencia y con elegancia
espiritual. Tenía figura de profeta cuando en su predicación denunciaba lo
que él llamaba "ese Madrid pagano". Tenía una impresionante austeridad
consigo mismo que aparecía incluso en su figura que, como Santa Teresa decía
de San Pedro de Alcántara, parecía hecha de raíces. Pero era sorprendente la
afabilidad que tenía para los demás. Nadie puede dudar de la coherencia y
del testimonio de su vida. Busca apasionadamente el conocimiento, amor e
imitación de Cristo. Lo transmite principalmente a través de incontables
tandas de ejercicios espirituales de San Ignacio. Es también un enamorado de
la fuerza contemplativa de Santa Teresa de Jesús. Son los pilares de la
espiritualidad que infunde como "alma de todo apostolado".
Su pensamiento está en sus obras. Su intuición —como ya se ha mencionado— de
que había llegado la hora del seglar en Laicos en marcha. Sus criterios
formativos están más bien en Forja de hombres. Es un libro que se abre con
lo que él mismo llama una "Mística de exigencia". Está convencido de que a
los jóvenes si se les pide poco no dan nada, si se les pide mucho dan algo,
y sólo dan mucho si se les pide la entrega total. Su principio de «hacer
hacer" para multiplicar la eficacia apostólica. "Escuela de constancia", una
especie de programa para lo que suele llamarse la "quinta semana" de los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio, la perseverancia en lo que se ha
visto a la luz de Dios. Finalmente, "Cultivo de la reflexión", que es una
exaltación de la importancia del examen de conciencia. No podemos olvidar
tampoco sus largas horas de confesonario, dirección espiritual y su numerosa
correspondencia epistolar.
Desde la oración y el recuerdo del P. Morales nos acercamos a la Palabra de
Dios que nos transmite un mensaje de confianza: caminar con la mirada puesta
en el Cielo, peregrinos de la esperanza, apoyados en Cristo Jesús.
El Profeta Isaías (25, 6a. ) anuncia el banquete que preparará "el Señor de
los ejércitos" para todos los pueblos. La profecía se cumple en Cristo. En
Él todos somos llamados a la gracia y a la santidad como condición para
alcanzar la salvación y participar en el banquete del Reino. Dios se nos
hará presente cara a cara a la luz de la gloria, sin llanto ni oprobio. Es
la promesa de Dios: "Lo ha dicho el Señor. Aquel día se dirá: aquí está
nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara...".
Señor Jesús, tú llamaste al P. Morales con el don del Bautismo, lo
fortaleciste en la Confirmación, lo purificaste en la Penitencia, lo
alimentaste con tu cuerpo y sangre en la Eucaristía, lo hiciste tuyo en la
Compañía de Jesús, lo quisiste sacerdote eterno, apóstol infatigable, lo
ungiste con la unción de los enfermos. Admítelo a tu presencia para siempre,
realizando en plenitud el ideal de su vida: Ad maiorem Dei gloriam.
Comprendemos el gozo que experimenta San Pablo cuando siente "inminente" el
momento de su partida (II Tim 4,6-8): "He combatido bien mi combate, he
corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona
merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no
sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. A Él la gloria por
los siglos de los siglos!"
Señor Jesús, nuestra oración por el eterno descanso del P. Morales también
quiere ser alabanza y acción de gracias "por los siglos de los siglos". Lo
hemos visto combatir por la defensa de la fe, en la vanguardia de la
Iglesia, formando un ejército de hombres y mujeres que se alistarán —como
pide S. Ignacio— bajo la bandera del Rey Eterno para hacer fermentar la masa
del mundo y darles el sabor de Cristo.
Señor Jesús, desde esta oración y recuerdo, te pedimos por nosotros mismos.
Ayuda a estos hombres y mujeres. A estos jóvenes infúndeles tu Espíritu para
que sigan anunciando íntegro el mensaje desde dentro del mundo, como
testigos valientes, en la fábrica, en la oficina, en la Universidad, en los
colegios, en el noviazgo, en la familia, en el campo, en la ciudad, en
España, en Europa, en América, fieles a la llamada de la Iglesia. Líbralos
de todo mal. ¡Cristo y la Iglesia os necesitan! Y cuando Cristo se siga
fijando en vosotros y os llame al sacerdocio, a la vida consagrada,
continuad diciendo: Sí, Cristo, cuenta conmigo. Se trata de una actitud que
es herencia preciosa del P. Morales.
¡No tengáis miedo! Cristo sale a nuestro encuentro. Es el apoyo de nuestra
esperanza. Por ello: nos gozamos en recordar la oración sacerdotal de Jesús
(Jn 17,24-26): "Elevando los ojos al cielo, Jesús oró diciendo: `Padre, este
es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y
contemplen mi gloria'".
Estas palabras, llenas de la promesa de la gloria, bastan por sí mismas para
consolar a quienes experimentáis la dolorosa separación de la muerte del P.
Morales. Son palabras de fe, de esperanza y de infinita caridad, dichas por
quien ha vencido el pecado y la muerte, Jesucristo, el Señor resucitado.
Palabras de fe que nos recuerdan nuestra pertenencia a Cristo. Somos de
Cristo. Por el Bautismo hemos sido hechos miembros de su Cuerpo. Somos su
propiedad. "Los que tú me has dado", dice Jesús al Padre. El P. Morales es
de Cristo. Suyo por el bautismo; suyo por la ordenación sacerdotal; suyo
porque le entregó la vida entera —y también su muerte— en el servicio al
evangelio.
Son palabras de esperanza, porque nos recuerdan que, al morir, partimos para
estar con Cristo, como decía San Pablo. "Quiero que donde yo esté, estén
también conmigo". La muerte —hermanos— nos abre definitivamente las puertas
de ese lugar donde Cristo está: la morada que Él mismo nos prepara. Por eso,
ante la muerte, el cristiano no llora ni se aflige como los que no tienen
esperanza. Nuestra esperanza es Cristo, y Cristo en la Gloria. Y son,
finalmente, palabras de caridad, de infinita caridad, porque revelan que el
Padre nos ha amado como ha amado a Cristo (cf. Jn 17,23), cuando ha querido
hacernos partícipes de la Gloria de Cristo, que contemplaremos por toda la
eternidad.
Que tu palabra, Señor, siga triunfando en nosotros: estos jóvenes, estos
seglares; estos sacerdotes, somos tuyos porque el Padre nos ha puesto en tus
manos. Danos tu amor, la fuerza de tu Espíritu, para que seamos santos y
podamos estar contigo contemplando tu gloria. ¡Sed santos! ¡Sed santas! Que
nada ni nadie os separe del amor de Dios Padre, manifestado en Cristo por
obra del Espíritu Santo.
¡Santa María! Te entregamos la vida, la muerte y la eternidad del P. Tomás
Morales. ¡Cómo amaba a la Virgen! Sabía muy bien que ser totalmente de María
es la mejor manera de ser totalmente de Cristo y de su Iglesia, de ser
apóstol intrépido en todos los ambientes. El Rosario en el corazón, en los
labios y en las manos, era su mejor arma. La Inmaculada Concepción el mejor
modelo y fuente de pureza en la juventud. Por eso, ¿recordáis cómo propagó
por el mundo las Vigilias de la Inmaculada, cómo luchó por defender su
fiesta?
Permitidme concluir con palabras del P. Morales que tienen sabor de
testamento: "Permaneceréis firmes en el Señor si, obedeciendo a Cristo
vuestro Señor, tomáis a María como Madre. A Ella debéis invocarla con más
amor y confianza conforme la noche va pasando y el día se acerca. Mirándola,
seréis valiosos pregoneros de las cosas que esperamos, si asociáis, sin
desmayo, la profesión de la fe con la vida de fe" (Hora de los Laicos, 587).
Quisiera terminar con unas preguntas, ante el recuerdo reciente del
"nacimiento para el cielo" de vuestro Padre en Cristo: ¿Cómo podéis vivir
vuestro carisma aquí y ahora? ¿Cómo vivir "el momento presente" de la
Cruzada-Milicia? Muy sencillo: en la obediencia amorosa a quien S. Ignacio
llamaba "nuestra santa Madre Iglesia jerárquica", que tiene el carisma de
gobernar y discernir los demás carismas. El P. Morales, que nos ha dejado
visiblemente, seguirá siendo siempre para vosotros un punto fundamental de
referencia. Y la Santa Madre Iglesia jerárquica continuará siendo, en la
sucesión de los Apóstoles, madre y maestra, guardiana de vuestro carisma y
vuestra espiritualidad, y propulsora de vuestra vida de santidad en pleno
mundo.
Mis queridos hermanos y hermanas, abiertos a la esperanza teologal, oremos
por el eterno descanso del P. Tomás Morales y, como el mejor homenaje a su
memoria, renovemos nuestro compromiso de santidad, fundamento de la Nueva
Evangelización sentimos urgidos.
Revista Religión
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