Hace unas semanas se puserion en contacto conmigo de la revista digital Uakix y como resultado de esta colaboración, el presente artículo que podéis leer en el enlace siguiente y a continuación:
Empieza un nuevo curso escolar y muchos niños se incorporan a los colegios tras el período estival. Les preparamos los libros, las mochilas, los uniformes, las pinturas, los bocadillos…Todo lo que creemos necesario para su educación formal y que además se nos ha solicitado por parte de los responsables del centro. Muchas veces, aún completamos el horario con actividades extraescolares, pensando “en lo que será mejor para ellos y para su futuro” (¿quién no ha escuchado en alguna ocasión esta frase o similares?). Incluso, en ocasiones, la jornada se alarga más teniendo que realizar tareas o deberes cuando se llega a casa después de haber pasado yamuchas horas fuera.
Estemos más o menos de acuerdo con estas ideas, lo que subyace en la mayoría de ocasiones, es el interés y la preocupación de los padres para que los niños reciban “lo mejor”. Buscamos y buscamos lo que sea mejor para nuestros hijos con intenciones muy loables, pero centrándonos únicamente en lo que a ellos les atañe.
¿Y nosotros?: ¿nos hemos preocupado por formarnos para nuestra tarea de ser padres?, ¿vemos como prioritario el que dediquemos algunas horas al mes para reflexionar sobre cómo acompañarlos en su crecimiento?, ¿consideramos fundamental nuestra preparación continua durante la crianza?, ¿estamos dispuestos a reconocer nuestras lagunas intelectuales y emocionales relacionadas con la infancia?,…
Nuestro propio bagaje nos condiciona
De la misma forma que consideramos que los niños son seres abiertos a aprender (y los alentamos a ello porque lo consideramos positivo), desde el momento en que una pareja espera un bebé, debería iniciarse por parte de los futuros padres un período de apertura hacia el aprendizaje, el conocimiento y la vivencia real de la maternidad/paternidad.
Porque es básico tener preparado todo lo que necesita el bebé cuando nace, pero también es importantísimo que desde nuestra posición de tutores emprendamos un camino propio y conjunto: un camino que nos permita romper con la transmisión intergeneracional de ciertas actitudes y modelos que son destructivos para la formación del carácter del nuevo ser en desarrollo.
Romper esta cadena de transmisión intergeneracional: aunque suene duro, así es. Nuestra propia historia, nuestras propias vivencias nos condicionan a la hora de emprender nuestra propia crianza. Nos creemos libres e independientes por haber creado un hogar y una familia, pero ¿lo somos?, ¿hemos liberado la carga de la mochila del pasado?, ¿hemos flexibilizado nuestra coraza o seguimos tan rígidos y cerrados que ni nos lo planteamos? Seguro que en nuestra infancia vivimos momentos muy felices y que guardamos en nuestra memoria con gran orgullo y alegría. Pero seguro que también hay episodios no tan positivos que también nos han marcado, que aún no hemos sanado y que nos marcan diariamente a la hora de relacionarnos.
Y en ese punto de emprender la crianza, reconociéndonos protagonistas de una historia pasada y de una que está por escribirse, nuestros hijos (sin pretenderlo) despiertan sentimientos intensos en nosotros, e incluso en ocasiones sentimientos desconocidos y que nos sorprenden. Es momento de ser valientes, mirar de frente nuestras limitaciones y decidirnos a abordarlas de la forma correspondiente.
¿Qué podemos hacer? ¡A la escuela!
Por muy buenas intenciones, por mucho deseo de querer “hacerlo bien”, por mucha preparación intelectual (de lectura, de formación universitaria…), es difícil que podamos vivir estas experiencias sin sentirnos en ocasiones perdidos, sin saber muchas veces por dónde seguir, sin comprender por qué ciertas actitudes de nuestros hijos causan tanto movimiento en nuestro interior, sin poder controlar el repetir ciertos patrones y conductas dañinos para nuestros hijos.
Si nos damos cuenta de esto, enseguida nos plantearemos: ¿qué podemos hacer? Y ahí nos podemos encontrar con la respuesta de buscar asesoramiento profesional que tenga conocimientos psicológicos y/o pedagógicos, buscar padres con los que compartir nuestras vivencias, buscar espacios en los que expresar nuestras dudas, miedos y temores… Y un lugar que reuniría todas estas características sería la escuela de padres.
Porque como se oye muchas veces entre los padres recientes “los niños no vienen con manual de instrucciones”. Y yo pienso: ¡gracias a Dios!. Porque si no, no tendríamos la oportunidad de ir conociéndolos por nosotros mismos dentro de la individualidad que aporta cada nuevo ser, no podríamos ir creciendo a su lado, no nos sorprenderíamos al descubrirles como niños presentes con todas las potencialidades que les permitirán ser los hombres del mañana…
De mi experiencia, las escuelas de padres son bastantes frecuentes y en muchas ocasiones, promovidas incluso desde instituciones de enseñanza. Los temas de los hábitos, los límites, la responsabilidad, el estudio… son temas frecuentes y recurrentes. En este sentido, todo espacio de reflexión, de aprendizaje, de escucha, de encontrar formas de relacionarnos con nuestros niños de una manera más armónica; son positivos y por ende se debieran promover.
¿Qué modelo de escuela de padres nos puede enriquecer?
Pero si queremos que ese espacio de la escuela de padres pueda convertirse en motor de la prevención infantil, que promueva la salud de nuestros hijos, que no oculte las dificultades, entonces deberemos buscar un poco más allá y profundizar en qué tipo de escuela de padres queremos para nuestra familia.
En la actualidad, en la crianza hay varias corrientes psicológicas y pedagógicas que se ven reflejadas también en los modelos de escuelas de padres y en la forma de abordar temas importantes como el sueño, el control de esfínteres, la alimentación, los límites, la agresividad, la sexualidad,… No es casual, que dependiendo del abordaje que escojamos, nos decantemos y nos sintamos cómodos con unos espacios o escuelas u otros.
¿Lo que buscamos es ignorar a nuestros hijos cuando se sienten tristes?, ¿lo que queremos es condicionar su libertad bajo nuestros mandatos?, ¿lo que pretendemos es demostrar nuestra autoridad a través de constantes normas rígidas incuestionables?, ¿lo que nos interesa es reforzar solo lo bueno y hacer sentir a nuestros niños que no merecen nuestra atención cuando no nos parece a nosotros correcto? Pues para algunas familias, eso será lo que se busca. Para otras muchas, seguro que no.
¿Cuál podría ser nuestra apuesta? Pues aquellos espacios en los que no se pretendan dar soluciones mágicas, en los que no se ofrezcan recetas ni fórmulas maravillosas ni universales, en los que no se den unas pautas para modificar la conducta de nuestros hijos, en los que no se vea a los niños como el problema, en los que no se pretenda que los pequeños actúen por las consecuencias de sus actos, en los que no se les califique de tiranos, ni de dictadores… Porque eso, desde mi visión particular, no es una escuela de padres, eso es simplemente un lugar en el que se predica el conductismo aplicado a la crianza infantil y en el que el objetivo es aplicar una serie de protocolos de actuación con un fin y unos resultados concretos.
Y eso es peligroso, efectivo, pero muy peligroso. ¿Por qué? Pues porque entonces supeditamos a la infancia a que viva entregada al principio del deber (un deber que imponen los adultos) y no al del placer (que es lo natural en ella). Consecuencias: se genera contracción casi continua en un organismo en formación que solo busca la expansión, una lucha permanente en la que al final acaba perdiendo y cediendo siempre el más débil porque necesita sobrevivir, un sufrimiento que solo nos aleja de la esencia pura por naturaleza de cualquier niño, una mirada desde arriba a unos seres que no por ser más pequeños de tamaño tienen menos derecho de escucha y atención que los adultos.
La escuela de padres como espacio de crecimiento conjunto
Por ello, apostaría por lugares donde se analice de forma conjunta al sistema familiar y no solo a los hijos, donde se escuchen los sentimientos de los padres ante la actitud de los niños, en los que se utilicen técnicas activas con los progenitores buscando una empatía con el sentir de los más pequeños, donde se promueva un cambio en nuestra forma de actuar porque como adultos somos responsables de acompañar el crecimiento de nuestros hijos desde el respeto y la comprensión, en los que se hable de la evolución natural del desarrollo infantil sin pretender acelerar etapas, donde se vivencie lo que experimentan los más pequeños, en los que se promueva la mirada horizontal que habla de tú a tú entre padres e hijos y no desde la verticalidad, donde se nos refuerce la idea de que la autoridad nos la otorgan nuestros niños y no se impone.
Allí se pueden expresar sin temor las limitaciones a las que nos enfrentamos diariamente como padres, pero situándonos al lado de los niños y no desde arriba, sin juzgarnos y sin juzgarles. Y desde esa posición, podemos ser conscientes de que nuestra propia historia nos condiciona en ciertos momentos, pero que en nuestras manos está con un trabajo personal y grupal, el intentar romper el círculo de transmisión de ciertas actitudes destructivas.
Esas escuelas de padres existen y están apoyadas por profesionales realmente implicados y formados en el desarrollo evolutivo de los niños, en la prevención y en la promoción de la salud. Esas escuelas son verdaderamente enriquecedoras para la dinámica familiar y se convierten en un espacio de transformación real.
Una inversión para el futuro de la familia
Retomando el inicio del artículo: al igual que les preparamos a nuestros niños todo lo necesario y más para su día a día en la educación formal deseando proporcionarles “lo mejor”, seguro que os apasiona la propuesta de que les regalemos a través de las escuelas de padres a nuestros hijos y a nosotros mismos, unas horas semanales o mensuales de reflexión, de formación, de conocimiento, de crecimiento… que nos permitan acompañarles en su camino, en su desarrollo, en nuestra crianza.
Os invito a que pensemos en las escuelas de padres como una inversión de tiempo y dinero en salud emocional para el futuro de la familia donde se nos pueda formar sobre las diferentes etapas de crecimiento y en las que reconozcamos sin miedo que el apoyo no es solo para nosotros ni solo para los pequeños, sino para el conjunto familiar.
Padres ¡a la escuela!