Tengo 44 años. Justo el doble que Pablo Muñoz cuando escribe su ensayo Padres Ausentes. Las casualidades matemáticas son así: 44, 22, mejunje de números pares. Y justo esa distancia que se suele decir de “una generación”, aunque la realidad marca que en este ya siglo XXI a velocidad de internet, 22 años son casi la distancia entre el momento que un cavernícola hizo fuego por primera vez y el día que Neil Amstrong pisó la Luna. Lo digo para justificarme, más que nada, porque nada más ver el libro, no pude evitar pensar que era mucho atrevimiento para alguien tan joven escribir un libro, aunque fuese breve. Un pensamiento que algunos fundamentan en aquello de que sabe más el diablo por viejo que por diablo, pero que es realmente un simple mecanismo de protección evolutiva, de macho viejo y achacoso frente al nuevo macho joven y vigoroso que quiere convertirse en el macho alfa de la manada. Una costumbre de la naturaleza que hoy mantenemos transformada en obligación militar de respeto a la jerarquía por edad por el simple hecho haber vivido un poco más. Así nos va, porque si uno se quita ese velo de estupidez de la cara, descubre que esa juventud no sólo tiene ideas nuevas e interesantes, sino que las argumenta de forma brillante, como hace Pablo Muñoz en su ensayo, a medio camino entre lo autobiográfico y lo académico. No comparto su pasión por Millar, Lethem y Chabon -¡Ay! De nuevo, me temo, la distancia generacional-, pero la conexión que encuentra es sugerente y no puede despreciarse con facilidad. Y la fundamenta además con tino e inteligencia, a través de una línea de reflexión que une el cómic con la cultura popular contemporánea de forma ineludible.
Interesante, ya digo. Sin embargo, hay algo que me ha atraído mucho más del ensayo de Pablo Muñoz (más conocido en la blogosfera como Alvy Singer): su parte autobiográfica. Precisamente la que puede dar lugar a más crítica y reproches (“¡qué tendrá que decir un jovenzuelo, por favor!”), pero en la que he encontrado algo que rompe todas las diferencias generacionales y las unifica: la pasión por los tebeos. Con todas las diferencias personales, familiares, generacionales y demás que se quieran enumerar, la descripción que hace el autor del descubrimiento de los tebeos, de cómo casi aprende a leer con ellos, de cómo centraban su vida y cómo los buscaba…es casi exactamente la que yo viví veintidós años antes. Él habla de Armaggedon 2001, la Muerte de Superman o Spiderman y la saga del clon y, después, del impacto de Preacher, Hellblazer o Miller. Yo viví primero los tebeos de Bruguera, Astérix o Novaro y, después, el impacto de las revistas de los 80, del 1984, TOTEM o CIMOC. Pero, en el fondo, esa pasión, esa curiosidad desatada, era la misma: la pasión por los tebeos. Una pasión que, además, nos contagió el placer de la cultura.
No creo que sea una simple coincidencia entre dos personas: creo que es lo que hemos vivido muchas, muchísimas personas que somos locos aficionados por los tebeos. Y me alegra ver que esa pasión no depende de las edades o de las lecturas, que el tebeo las provoca más allá de las diferencias de edad, de conocimientos o de lo que sea.
Es la gran maravilla de los tebeos.
Y ojito con los jóvenes. Que vienen con fuerza, saben y tienen ganas de demostrarlo. Démosles paso con confianza, que saben mucho más que nosotros. Nos irá mucho mejor. Y aprenderemos mucho, mal que nos pese a los abuelos.