En los tiempos acelerados en que vivimos, el aburrimiento tiene mala prensa. Hay que estar entretenido. Ocupado. Sin embargo, los especialistas aseguran que las horas vacías permiten y estimulan la imaginación y la creatividad.
La actual cuarentena forzosa agudiza esta problemática, porque las actividades habituales de una familia -trabajo, escuela- están suspendidas o limitadas y hay que estar cara a cara todo el día. Como nunca, se plantea el desafío del qué hacer y cómo llenar las horas libres.
Lo que sigue es el contenido de una nota publicada en este mismo medio hace una “eternidad”: en 2013, cuando nadie podía prever esta pandemia y mucho menos que millones en el mundo se verían obligados a confinarse en sus casas. Pero los conceptos vertidos por los expertos entonces consultados son más pertinentes que nunca y se ven incluso actualizados por la excepcionalidad de las circunstancias que vivimos. Pasen y lean.
Por qué es bueno que su hijo se aburra
“Es bueno aburrirse en la escuela”, afirma, provocador, Jean-Paul Brighelli, docente y ensayista francés, autor de varios textos críticos sobre la educación. “Nada más formador que el aburrimiento, siempre que no sea constante, sostiene. El aburrimiento es la vía libre a la imaginación. ¿Qué hace el alumno que se aburre? Divaga. Una sana ocupación”.
¿Quién no ha conocido el aburrimiento siendo niño? Por no tener con quién o a qué jugar. A veces, uno hasta se ha aburrido en compañía de otros niños o de sus hermanos.
Nada más viejo y clásico que el “me aburro” infantil. Lo que ha cambiado, dicen los especialistas, es la forma en que los adultos perciben y reaccionan ante ese aburrimiento. Vivimos en una sociedad hiperactiva y competitiva, en la cual no hay tiempo que perder. La productividad es un valor y el ocio está mal visto. No tener nada que hacer significa una pérdida condenable de tiempo.
“¿Qué hace el alumno que se aburre? Divaga. Una sana ocupación” (Jean-Paul Brighelli) Shutterstock
Y esa concepción se aplica a los niños. Es frecuente que, pese a la doble escolaridad, se los llene de actividades en el tiempo libre que les queda. Esta excesiva programación de su jornada, impide que los chicos aprendan a organizar por sí mismo su tiempo libre, a decidir qué hacer y a pensar sus propios juegos.
De este modo, cuando más adelante se vean confrontados a tiempos muertos, no sabrán qué hacer. Aprender a jugar solos les hace desarrollar una autonomía que les permitirá funcionar sin tener que depender constantemente de terceros.
Esto no significa que haya que dejar a los niños completamente librados a su suerte. Los padres pueden orientar, sugerir, ayudarlos a pensar en algo para hacer o incluso empezar una actividad con ellos y luego dejarlos seguir solos. “La ausencia de actividades estimula el deseo del niño y su independencia de pensamiento, lo incita a mostrar iniciativa y a no esperar más todo de los adultos”, dice el psiquiatra infantil, Roger Teboul, co-autor de Je m’ennuie (Me aburro).
En concreto, el aburrimiento empieza a ser visto como formador y como un estímulo a la creatividad. Confrontado a un vacío, el niño debe abrevar en sus propios recursos, en su imaginación, en su fantasía, para llenarlo. Aprende a detectar sus gustos y capacidades.
“El aburrimiento no es necesariamente negativo, si el niño encuentra caminos de salida ante alguna sugerencia de los otros”, decía Felisa Lambersky de Widder, pediatra, psicoanalista y coordinadora del departamento de niños y adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina, en una nota anterior sobre este tema; conceptos que recobran actualidad ante la excepcionalidad de las circunstancias que vivimos. “El ocio es un espacio en el cual se puede desarrollar un juego creativo. Implica un buen desafío a la propia creatividad y a la capacidad de invención, lo cual muestra buenos recursos psíquicos en ese niño”, agregaba Widder.
Habitualmente, ante el lamento infantil –”me aburro”- los padres sienten que deben de inmediato organizarles alguna actividad a los chicos, ocuparlos. “Un problema actual –decía Widder- es la ‘agenda completa’; los padres piensan que si ellos no están es mejor planearles actividades a sus hijos para no se aburran, pero como esto los sobrecarga después están agotados y ello contribuye a bloquear la imaginación”.
“Hay que tener en cuenta, advertía, que actualmente el adulto tiene por lo general una vida agitada y no tolera bien el ocio visto como tal. Pero el ejemplo de la familia es importante para el chico, es decir, que sus padres también se den lugar al ocio y que a veces se aburran un poco pero busquen alguna salida vinculada con actividades lúdicas”.
Soñar despierto y papar moscas
El aburrimiento también ayuda a desarrollar la capacidad de observación. Muchos recordarán el cuento de Juana de Ibarbourou, La mancha de humedad. Es el relato de todo lo que, de niña, sola en su habitación, desde su cama, ella fue capaz de ver en esa mancha, en la que día a día descubría nuevas figuras, y de lo mucho que sufrió cuando la pared fue pintada.
“¡Moscas del primer hastío / en el salón familiar, / las claras tardes de estío / en que yo empecé a soñar! / Y en la aborrecida escuela, / raudas moscas divertidas, / perseguidas por amor de lo que vuela”. Como en estos versos de Antonio Machado, ¿quién no pasó horas siguiendo el derrotero de un insecto para “matar” el tiempo?
“Los niños se divierten cuando, mediante la imaginación y la curiosidad –esa que hizo que nos echaran del paraíso-, logran satisfacer sus ansias de conocer o jugar en mundos fantaseados, que cualquier juguete puede sostener”, decía la psiquiatra Graciela Peyrú, presidente de la Fundación para la Salud Mental, para el citado informe de Infobae. “Muchos juguetes que se producen hoy, sin embargo, son perfectos, completos en sí mismos y traen un enjambre de complementos ya diseñados y predeterminados para adquirir y coleccionar -agregaba-. Los padres no entienden por qué los niños demandan y demandan que se les compre algo y luego pasan tan poco tiempo con la nueva adquisición. Los niños -y los grandes- de nuestra época se aburren en medio de la más fantástica colección de objetos que una cultura puede poner a su disposición”.
“Desde muy temprano, el mundo de los niños de hoy se desarrolla entre nubes de pantallas, seguía diciendo Peyrú. Las nubes electrónicas son muy distintas a las que a menudo vemos en el cielo y que tienen mil formas cambiantes disponibles para atribuirles formas y sentidos. ‘Mirá esa, parece un perro de cola muy larga y aquella otra…”
Ahora bien, agregaba, “en los juegos electrónicos no se imagina ni se proyecta, se decodifica, se entiende y se practica. Por cierto se desarrollan capacidades: la coordinación viso motriz y la capacidad de seguir reglas de funcionamiento de un sistema sin que a uno nadie se las explique. Se aprende por prueba, error y premios sucesivos”.
¿En qué casos sí correspondería preocuparse ante el aburrimiento de un niño?
“Si un niño se queja de estar aburrido y con un estímulo del adulto comienza a crear un juego, entonces no es preocupante, sólo necesitaba estímulo, respondía Felisa Widder. El aburrimiento es preocupante cuando los niños lo dicen frecuentemente o no encuentran forma de entretenerse solos; un niño es capaz de jugar solo un tiempo desde pequeño, frente a un adulto que lo esté cuidando. Y hay que preocuparse porque el aburrimiento sostenido es síntoma de tristeza o de sentimientos de soledad y angustia, ante la separación, por ejemplo, entre otros problemas”.
Graciela Peyrú consideraba por su parte que “en muchos niños el aburrimiento es la señal de que no están pudiendo conectarse con su imaginación o con sus potenciales de expresión, por sentir miedo o angustia. Puede ser temporario y resolverse solo o puede desarrollar inhibición, fobias o características obsesivas. Algunos niños intentan salir del aburrimiento desarrollando trastornos de conducta en la escuela o el hogar. Es su manera de llamar la atención para recibir ayuda con sus problemas”.
En definitiva, poder estar solo con uno mismo es una fuente de enriquecimiento personal. En sentido contrario, muchas veces el hiperactivismo es un mecanismo para tapar un vacío interior o un escapismo. Etti Buzyn, psicóloga y pedagoga, autora de Papa, maman, laissez-moi le temps de rêver (Papá, mamá, déjenme tiempo para soñar), dice (según cita de la revista francesa Psycho enfants, de junio de 2012): “Cuando se aprende a sacar de sí los recursos necesarios para ocuparse, se siente menos la necesidad de refugiarse en la acción o en el trabajo, por temor a enfrentar sus emociones”.
Fuente: Infobae
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