Revista Educación

¿Padres gay, hijos ok?

Por Zegmed

Hace ya algunos años tengo la siguiente costumbre: informarme de lunes a viernes a través de la televisión y la internet y los fines de semana a través de El Comercio en su versión impresa. Los sábados, como sabe todo lector habitual, tenemos una edición no muy extensa del diario la cual es acompañada con catálogos numerosos y, claro, la famosa Somos. Esta revista es, básicamente, un acompañante ligero para la mañana del sábado, tiene notas entretenidas, frescas, a veces malas, pero, dentro de todo, creo que cumple con su función. Suelo leer sin falta la columna de Ghibellini y una que otra cosa más por ahí. Muchas mujeres, seguro, leen con atención la ya antigua columna de Jennifer Llanos, “Monólogos de la bajita”; yo, en cambio, la suelo saltar porque me parece llena de lugares comunes y, por ende, un poco aburrida. Sin embargo, habría que ser mezquino si no se reconoce que de cuando en cuando publica cosas interesantes. Bueno, el sábado pasado fue uno de esos “cuandos”.  Quiero, motivado por sus comentarios, hacer una breve reflexión sobre el tema del matrimonio gay en nuestros días.

Lo más interesante de la columna de Llanos fue que tocó un tema complejo, con gran frescura –algo típico de ella– y con la agudeza que, a veces, proporcionan los datos. Como se sabe, nuestro país es un lugar mayoritariamente homofóbico. Sospecho, aunque no tengo acceso a cifras en este momento, que esta es una situación que ha ido mejorando. La violencia física y verbal contra personas de orientación sexual distinta ha ido disminuyendo poco a poco y muy poco, pero se notan ya ciertos cambios. De hecho el discurso público al respecto es cada vez más tolerante y los estudiantes y profesores universitarios familiarizados con la  defensa de los derechos de las minorías, han tomado la tolerancia en torno al género como una de sus banderas. Es obvio que esto no aplica a todos los casos y que el tema de la interacción entre los sexos es muy complejo, sobre todo, cuando aún tenemos alcaldes patanes que cierran discotecas gays y universidades que separan a profesoras lesbianas. No obstante, mal que bien, hay un “progreso” tangible sobre el asunto en los últimos 50 años.

Ahora bien, ¿qué tan extendido está ese progreso? Esa es la pregunta detrás de la columna de Llanos, diría yo. Porque si bien algunas personas están dispuestas a “tolerar” (=soportar) la existencia del amigo “maricón” de una de las hijas de la casa; probablemente ni siquiera esas hijitas tolerantes estén dispuestas a que el susodicho se case y –¡oh desgracia!– adopte a un niño. La pregunta es, ¿por qué? Bueno, esto se debe, sin duda a prejuicios mal fundados y a la severa homofobia que aún afecta a nuestras sociedades. De todos modos, algunas razones deben haber, ¿no? Tratemos de examinarlas en lo que sigue.

Creo que hay dos tipos de argumentos, ambos malos, pero no igual de malos. Todos suponen tesis conservadoras, generalmente religiosas o de impronta religiosa. Los argumentos dice algo así como: “la naturaleza humana es o femenina o masculina, una cosa o la otra”, “sólo en un hogar con la figura clara de una madre y de un padre es que un niño puede crecer feliz y desarrollar sus potencialidades”, “el matrimonio en el Perú es sólo legalmente posible entre un hombre y una mujer; no es un tema de homofobia, sino uno de derecho”, etc., etc. Estas son las versiones más clásicas, aunque hay matices sin duda. Veamos la cosa con algún detalle.

1) ¿Qué es eso de la “naturaleza humana”? La pregunta que habría que hacer es de dónde sacan estos señores esta noción. La respuesta clásica será religiosa (la revelación bíblica, por ejemplo) o pretendidamente neutral (alguna apelación a la evolución sexualmente separada, por ejemplo). Sin embargo, los dos argumentos no se sostienen como elementos que guíen la política pública de un Estado que debe ser tolerante e inclusiva y no juez y parte a la vez. 2) Este argumento lo separo para ofrecer una versión mejorada del mismo en el siguiente párrafo. 3) ¿Es un tema legal? Ese argumento, que es parecido al que usan los del Tribunal Constitucional en contra de la AOE es una monserga por donde se le mire. Es como si lo positivamente colocado en forma de ley fuese intocable y terminase por definir la naturaleza humana. Como si las leyes no fueran objeto de cambios históricos y como si la evolución de nuestra tolerancia y sensibilidad no pudiese hacer que cambiemos leyes homofóbicas que se pretenden neutrales. Ok, entonces dos argumentos menos.

Nos quedaba pendiente 2).  Este argumento, a mi juicio, es el mejor y, probablemente, el aparentemente menos invadido de homofobia si se le mejora un tanto. Casi todas las personas que se autoproclaman tolerantes y preocupadas por los derechos humanos tienen, en algunos casos, debilidad por esta idea. De hecho, yo mismo, hace unos 8 o 6 años la tenía también. La idea sería la siguiente. Existe un grupo A de personas que no tienen, en principio, problemas con las personas homosexuales. Tienen amigos gay, estudiantes gay, compañeros de clase gay e, incluso, algún miembro gay en la familia. Todos estos elementos han sensibilizado a los miembros de A que, además, son sujetos comprometidos con los DDHH y el respeto de la dignidad de todo ser humano. Cuando Jaime Bayly habla del matrimonia gay como uno de los elementos de su pseudo-proto-campaña presidencial, todos los miembros de A cuelgan mensajes de respaldo en su News Feed del Facebook y, hasta a veces, salen a marchar por las calles de la ciudad en gesto de respaldo. Sin embargo, ante la pregunta: ¿las parejas gay deberían adoptar niños?, más de uno se muestra confundido, temeroso y prefiere abstenerse de decir algo al respecto. La duda es comprensible y, creo, bien intencionada (aunque eso no significa que no tenga prejuicios homofóbicos también, lo que no tiene nada de malo si es que uno es capaz de reconocerlos y matizarlos…gran lección del maestro Gadamer).

La duda radica en una suerte de genuina preocupación por “el futuro de la niñez”. ¿Cómo una pareja gay podría criar adecuadamente a una criatura? Seguramente, se teme que estas personas “dañadas” o “enfermas” terminen por hacer de sus hijos seres igualmente “dañados”. Es aquí cuando salta el homofóbico que muchos de los miembros de A guardaban inadvertido en su corazón. Habían aprendido a querer a sus amigos gay, escucharlos y “comprenderlos”; pero en el fondo, muchas veces, siempre los vieron con compasión y no horizontalmente. Pensaron que ellos no eran personas “normales” y que en tanto no “normales” no podrían criar a un niño bajo los cánones de cómo un niño debe ser “bien” criado. La pregunta aquí es, ¿y qué onda con la normalidad y la “buena” crianza? ¿Están tan claramente definidas? Pues es evidente que no. Pero hay algo más, que es lo más interesante del artículo de Llanos y un argumento que se empieza mostrar contundente incluso contra esta aparente genuina preocupación por la niñez.

Existen al menos dos estudios interesantes cuyos resultados nos muestran el error de los supuestos de A. El primero es Lesbian and Gay Parents and Their Children: Research on the Family Life Cycle de Abbie Goldberg; el segundo, When Gay People Get Married: What Happens When Societies Legalize Same-Sex Marriage, de M. V. Lee Badgett. Ambos estudios implicaron un seguimiento de los niños adoptados por parejas del mismo sexo en los EEUU durante los últimos años y revelaron información muy clara que contrarresta los prejuicios que cualquiera podría sentir. Ahora bien, usted querido lector, se preguntará, ¿qué, entonces no hay diferencias entre la crianza homo y la hetero? Y yo le respondo, claro que sí; lo interesante es que estas son muy positivas y le dan un 1-o al lado gay vs. el straight.

Los niños que crecen en un hogar con padres del mismo sexo son menos convencionales y más flexibles en cuestiones de género. No hay un rol pre-establecido según el cual el niño juega con pistolas y la niña con Barbies o por el cual la niña jamás aprende nada respecto al funcionamiento del auto y el niño no sabe cocinar o coser. No sólo eso, las elecciones de profesión también varían. Las niñas ya no estudian mayoritariamente carreras de “chicas” como educación o psicología y los chicos ya no estudian sólo carreras “masculinas”, sino que se inclinan en grupos importantes, por el trabajo social, por ejemplo. Del mismo modo, la crianza que reciben en casa los hace más tolerantes y defensores de la igualdad de derechos.

La conclusión de Llanos es pertinente: “la orientación sexual de los padres no garantiza ni la felicidad ni la desgracia de un hijo”. Yo añado, siendo esto así y existiendo argumentos científicos en contra, no tiene sentido, más allá del prejuicio, privar a las parejas del mismo sexo de la posibilidad de ser padres. La tarea pendiente es la de una educación sensible e inclusiva en la cual las personas que hemos tenido acceso a la información suficiente y nos hemos convencido de la necesidad de promover la igualdad,  hagamos  una promoción efectiva de estos valores en nuestros hogares y en nuestro rol de maestros. Digo algo más para cerrar. Ser prejuicioso no es malo a priori. Todos hemos sido criados en una sociedad conservadora, machista y homofóbica como la peruana…el prejuicio nos destila como el sudor veraniego y no sólo es homofobia (cabro, maricón), es racismo (cholo), es clasismo (misio, nuevo rico) y tanta mierda; pero cuidado, que esa no es excusa. Todos podemos también hacer el esfuerzo de comprender y respetar al otro. Esa es la gran tarea de quienes enseñamos un colegios y universidades y que tratamos de compartir algo que fuimos aprendiendo con los años: que los prejuicios siempre están allí, pero que siempre es posible superarlos.


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LOS COMENTARIOS (1)

Por  FEMOX
publicado el 12 mayo a las 04:52
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QE XIDA PAGINA PERO LE FALTA UN POKO MAS DE DATOS ..O BASES DE LA INFO..CREO QE DEVERIA AVER MAS COMO ESTAS PAGINAS ...SALUDOS ...JAH LOVE..