Revista Coaching
Esta semana ha sido algo más tranquila ya que reservé en mi agenda el día de mi cumpleaños y el de Alicia para estar en casa y poderlos celebrar en familia. Aún así tres sesiones más a la mochila. Especialmente emocionante fue la que impartí en el Museo Atrium de Vitoria en la presentación del libro Empresarios Made in Alava que han escrito los periodistas Andres Goñi y Sergio Tejero, de Radio Vitoria.
En la cena posterior estuvimos hablando un rato sobre enseñanza y educación especialmente de la importancia de ser capaces de sacar de los demás lo mejor que tienen en su interior.
Dos amigos marineros llevaban años viajando juntos en un velero que transportaba alimentos por todo el mundo. Esperaban la llegada a cada puerto para bajar a tierra, beber y divertirse. Un día llegaron a una isla perdida en medio del Pacífico. Desembarcaron y se encaminaron hacia el pueblo para aprovechar los pocos días que iban a permanecer atracados en puerto.
En el camino se cruzaron con una mujer que estaba arrodillada en un pequeño río
lavando ropa. Uno de ellos se detuvo a conversar con ella, pero el otro prefirió seguir caminando hasta el pueblo, convencido de encontrar allí mujeres más guapas y divertidas.
Aunque el marinero le preguntó a la mujer su nombre, su edad, sus costumbres, sus gustos... la mujer no contestaba. El marinero insistía e insistía pero sólo obtenía el silencio como respuesta hasta que por fin la mujer le explicó que las costumbres del lugar le impedían hablar con un hombre, salvo que este manifestara la intención de casarse con ella, y en ese caso debía hablar primero con el patriarca de la aldea.
El marinero la miró y le dijo: "Está bien. Llévame ante el patriarca. Quiero casarme contigo".
Cuando llegaron al pueblo se encontraron con el amigo que trató de disuadirle: "Pero, ¿estás loco?, ¿has bebido algo?, ¿qué vas a hacer aquí el resto de tu vida?, ¿con la de mujeres guapas que hay por ahí y te quieres casar con ella?".
Pero el marinero, como si no escuchase a su amigo, siguió a la mujer hasta el encuentro con el patriarca. Este le explicó que la costumbre en la aldea era pagar una dote en función de la bondad de la mujer. Por las mujeres más hermosas y jóvenes se pagaban diez vacas, por otras menos jóvenes y hermosas, pero excelentes cuidando los niños debía pagar ocho vacas, y así disminuía el valor de la dote al tener menos virtudes. La mujer que él había elegido, al no ser muy agraciada costaba tres vacas.
"Está bien -respondió el marinero- me quedo con la mujer que elegí y pago por ella diez vacas".
El patriarca contestó: "Usted no entiende. La mujer que eligió cuesta tres vacas, otras mujeres más bellas y jóvenes son las cuestan diez vacas".
"Entiendo muy bien", respondió nuevamente el hombre, "me quedo con la mujer que elegí y pago por ella diez vacas".
Ante la insistencia del marinero, el patriarca, pensando que estaba loco, aceptó de inmediato y comenzaron los preparativos para la boda, que se celebró a los pocos días. El marinero amigo no lo podía creer. Pensó que su amigo había enloquecido de repente, que había enfermado, que se había contagiado de una rara fiebre tropical. No podía aceptar que una amistad de tantos años se fuera a terminar en unas pocas horas.
Tras la ceremonia los amigos se despidieron y a la mañana siguiente el barco dejó la isla.
El tiempo pasó. El marinero siguió recorriendo mares y puertos a bordo de los cargueros más diversos, pero jamás olvidaba a su amigo. Un día, el itinerario de un viaje lo llevó al mismo puerto donde años atrás se habían despedido. En cuanto el barco amarró, saltó al muelle y comenzó a caminar hacía la aldea tratando de verlo, abrazarlo y saber de su vida.
De camino al pueblo, se cruzó con un grupo de gente que venía caminando por la playa, cantando hermosas canciones y obsequiando flores a una mujer bellísima que llevaban en una silla sobre sus hombros. El marinero se quedó parado en el camino hasta que el cortejo se perdió de su vista. Luego, retomó su senda en busca de su amigo hasta que lo encontró. Se saludaron y abrazaron efusivamente.
"¿Cómo te fue?, ¿te acostumbraste a vivir aquí?, ¿te gusta esta vida?, ¿no querrás volver?, ¿cómo está tu esposa?".
Al escuchar esa pregunta, el amigo le respondió: "Muy bien. Espléndida. Es más, creo que la viste llevada en andas por un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños".
El marinero, al escuchar esto y recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando ropa, pregunto: "¿Entonces, te separaste?, no es la misma mujer que yo conocí, ¿no es cierto?".
"Te equivocas. Es la misma mujer que encontramos lavando ropa años atrás".
"Pero, es muchísimo más hermosa, femenina y agradable, ¿cómo puede ser?" preguntó el marinero.
"Muy sencillo -respondió su amigo-, me pidieron de dote tres vacas por ella, y ella creía que valía tres vacas. Pero yo pagué por ella diez vacas, la traté y consideré siempre como una mujer de diez vacas. La amé como a una mujer de diez vacas. Y ella se transformó en una mujer de diez vacas".
Y es que cuando alguien nos valora y nos estimula, con sinceridad y amor, somos capaces de obrar en nosotros cambios impensables. Es necesario que con urgencia aprendamos a formar, a esculpir, a extraer el mejor yo de los demás.
Y es que ya lo decía san Agustín: "Pon amor donde no hay amor y sacarás amor".