Cogió un taxi y llegó a casa con un sabor agridulce. Cuando buscas y no encuentras, se cae en un tristeza inevitable. En el fondo, quieres que las cosas ocurran de forma natural, que de pronto un día vayas a la panadería y allí un chico te pida la vez y acabes saliendo con él de la mano, o que en la biblioteca cojáis el mismo libro y os intercambiéis los teléfonos. Pero eso les pasa a otros; a ti te pasa que el pesado de tu trabajo te vuelve a pedir una cita cada mes porque él tampoco encuentra a nadie interesante, aunque hay veces que hasta se agradece que el mismo de siempre te diga algo, porque tu autoestima vuelve a florecer.
Hace años Martina iba todos los miércoles a un local de Madrid donde, además de tomarse una copa con las amigas, poner al jefe verde que te dejaba haciendo horas extras y hablar de algún chico que te ilusionara en ese momento de tu vida, te echaba las cartas una de esas brujas parlanchinas. Un día faltó poco para que se quedara traumatizada para toda la vida: se sentó en una mesita en un rincón, con Margot, la bruja. La mujer leía el futuro a través del humo de su cigarro -que más bien te hacía toser porque te ahogaba con él- y, aunque no adivinaba mucho, Martina la escuchaba porque era un escape a su vida. Comenzó a echarle las cartas, las puso en cruz, al principio le dijo cosas buenas, que viajaría mucho, que la veía en una isla paradisíaca ese verano celebrando su cumpleaños... Pero, de pronto, vio algo y comenzó a reolver en el bolso que tenía en el suelo. Sacó de él otras cartas, esta vez de animales: había una pantera, un gato montés, un caballo; las puso en cruz y le dijo que esta vida estaba pagando la vida pasada, que se lo había pasado genial y había hecho mucho daño. Vamos, que era una fulana en toda regla y ahora estaba pagando todas sus "cositas". Martina debía de haber sido Mata-Hari en la otra vida y quizás hasta pasaba información secreta a algún alto mando en París. Mira, al menos experimentó alguna vez lo que es ser un poco mala.