Cuando el cortejo llegó frente a Alicia, todos se detuvieron y la miraros, y la Reina dijo severamente "¿quién es ésta?" Se lo dijo a la Sota de Corazones, quien tan sólo se inclinó y sonrió por toda respuesta.
"¡Idiota!" dijo la Reina, torciendo el morro, y preguntó a Alicia "¿cómo te llamas?"
"Me llamo Alicia, para servir a su Majestad," dijo Alicia resueltamente, pues pensó para sí "¡vaya, son sólo una baraja de cartas! ¡no tengo por qué tenerles miedo!"
"¿Quiénes son éstos?! dijo la Reina señalando a los tres jardineros tendidos junto al rosal, porque, como estaban tendidos boca abajo, y el dibujo de su dorso era el mismo que el del resto de la baraja, no podía distinguir si eran jardineros, o soldados, o cortesanos, o tres de sus propios hijos.
"¿Cómo voy a saberlo yo?" dijo Alicia, sorprendida de su propio valor, "no es asunto mío."
La Reina se puso roja de furia, y, después de mirarla ferozmente unos momentos, empezó a ordenar con voz de trueno "¡que le corte...!"
"¡Qué tontería!" dijo Alicia, en voz muy alta y decidida, y la Reina se calló.
El Rey puso la mano sobre su brazo, y dijo "¡recuerda, querida mía! ¡Es sólo una niña!"
La Reina se apartó airadamente de él, y le dijo a la Sota "¡vuélvelos boca arriba!"
La Sota lo hizo, muy cuidadosamente, con un pie. "¡Levantáos!" dijo la Reina, con una fuerte voz chillona, y los tres jardineros inmediatamente se incorporaron de un salto y empezaron a hacer reverencias al Rey, a la Reina, a los Infantes Reales, y a todos los demás.