Sé que estar en la herida me altera el estradiol y me lo pone por las nubes. Las contracciones de ayer hablaron: demasiadas prostaglandinas. Mi útero parecía una rave. Hoy solo me duele si me resisto a ser cuerpo-globo. Mi cuerpo quiere ser larva y yo odio las orugas. Pero sin oruga no hay mariposa. Aunque también se puede acabar siendo polilla.
Hablo tanto de polillas por culpa de Luna Miguel. Hace unos días leí Japón: La muerte de la polilla. Solo en premenstrual disfruto de la poesía. Mi cuerpo entero lame los versos. Pero en menstrual es inviable. No sé leer dos palabras seguidas. Lo leo y releo, lo leo y releo y comienza la rabia. Cuerpo-globo se niega a leer.
Puto cuerpo-globo.
Menos mal cuerpo-globo. Al menos, tú me haces volar.
"Descansa", me obligo. Pero no estoy cansada. Bichobolear. Me inventé esa palabra. Hacerme el bichobola. Un bichobola no necesita estar cansado para hacerse bola. Mi vientre es una bola extraña, cortada por la línea horizontal que dibuja el ombligo. Abdomen-vientre. Barriga-bola. Siempre que me miro la barriga en el espejo recuerdo las palabras de Maria de Medeiros en Pulp Fiction. Ella quería una barriga redondita, decía. Pues para ella, yo la detesto. Es la única herencia que comparto con mi abuela, madre y tía: la barriga y también el odio hacia ella.
Si estuviera en premenstrual escribiría un tratado sobre el odio al cuerpo y el dolor de valorarme así por culpa de este sistema patriarcal y bla, y bla y bla. Pero en menstrual me da igual.
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