-¿A usted le gustan los perros? -dijo mirándolo atentamente -. Se lo digo porque hace unas semanas nos llegó un akita para Chizuko---
El joven Tsumoru titubeó antes de contestarle, temiendo que su respuesta no resultase satisfactoria, y dijo:
-De hecho no, me dan alergia, una alergia espantosa. Si se me acerca alguno, me salen granos por todas partes. Al oír aquello, el profesor Ueno abrió los ojos como platos y el muchacho no supo que pensar-. ¿Será un problema lo del perro? - preguntó sin que la camisa le llegara al cuerpo.
-No, estimado médico Tsumoru. -Y el profesor Ueno sonrió-. Todo lo contrario. Como puede comprender, joven, tendré que hablar con la señora Yaeko del asunto...Pero si solo dependiera de mí, ya podría usted contar con la mano de mi hija.
-Bueno, pues...- dijo el médico, sorprendido-. Me alegra mucho oírlo.
El joven Tsumoru presentó sus respetos a la señora Yaeko y a Chizuko con una profunda reverencia, y se marchó a su casa.