SieteEl sol cae en picado sobre las rampas del Pincio. Algún turista vestido con ropa multicolor observa admirado la piazza del Popolo, señala con el dedo algún detalle, un escorzo, o quizá una nueva meta que alcanzar. Una pareja de japoneses manejan una minúscula cámara digital estudiando los diferentes encuadres y sueltan una risita chillona cuando por fin dan con el mejor.
-Cuidado, vas a pasar por delante de ellos.
-Y a mí qué me importa, oye.Diletta camina de improvisto un poco más altiva y, con una sonrisa socarrona, se interpone entre el objetivo y el blanco destinado a ser inmortalizado. El japonés se detiene, risueño. Espera. Diletta pasa y le sonría a su vez. El japonés vuelve a intentarlo pero se ve obligado a detenerse de nuevo.-Diletta…-Oh vamos, yo no tengo la culpa de que se me haya olvidado decirte una cosa –y regresa exactamente al punto de partida, en tanto que el japonés empieza a ponerse nervioso-. Quería decirte que… -Le planta un beso en la boca.Filippo se echa a reír.-Qué idiota eres… ¿No podías esperar?-No. Ya sabes lo que dicen: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.