Me arrancó una sonrisa que me hizo sentir un poco mejor, pero pareció que no causaba el mismo efecto en nuestra hermana.
-Voy a por el fonendoscopio - concluyó Candela.
-¿Te lo has traído en la maleta?
-Nunca lo saco de la mochila.- Se encogió de hombros - . Llevo la medicina en la sangre.
Diez minutos más tarde, estaba sentada en el sofá de la habitación con Candela auscultando.
-Date prisa - le pedí-. Tengo muchas cosas que hacer.
-Ya serán menos, doña importante, que has pagado hasta para que te limpien el culo real - se quejó
Patricia, poniendo los ojos en blanco.
-¡Shh! Callaos ya, urracas. Respira hondo otra vez.
Patricia y yo nos miramos con ojos de cordero degollado mandándonos el mensaje mental de que Candela podía ser muy pesada.
-¿Ya? - le pregunté cuando apartó la pieza de acero de mi pecho.
-No. Voy a tomarte la tensión.
-Por Dios…
-Eres tú la que se encuentra mal.
-¡No me encuentro mal! Solo tengo…, no sé, como ansiedad. ¿No puedes darme una pastilla y ya está?
-¡¡Tendré que saber para qué dártela, ¿no?!! ¿Qué te crees? ¿Qué llevamos en el botiquín unas pastillitas mágicas que cagan unicornios en el País de la Piruleta para ocasiones como esta?
-Ostras, tú. Qué carácter - me amilané.
Me colocó el brazalete para tomarme la tensión y me amenazó si no me estaba quieta. Tras unos minutos de silencio, Candela se quitó el fonendoscopio y me miró con gravedad.