Revista Talentos
La sequedad literaria, como la mística, tortura a veces como la sed en un desierto limpio de voces. Es un vacío al que nada interesa ni motiva, un emisario que no encuentra rutas para expresar lo que murmura el alma.
No hay más remedio que lanzar la pluma solitaria a desgarrar la piel de la blanca página, celosa de su pureza. Hay que pedirle al bolígrafo que dibuje trazos alocados, que no se detenga aunque no sepa lo que le lleva ni adonde va.
Quedarse en blanco no es lo malo, el drama es que el vacío arraigue, que agoste cualquier brote de aventura. No queda otra que insistir, que obligar a la diosa tinta a desvelarse, echarla a volar y correr tras ella, cuando no se puede ir por delante. No queda otra que aguardar a la musa inclinados sobre el papel, enlazando palabras y frases inconexas, hasta que tenga lugar la epifanía y aparezca en él la vida a borbotones.
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