La instantánea tomada en una calle del casco histórico de Santiago de Compostela bastará para entender, comprender y recordar, que vivimos en un país en el que la pandereta no se limita a ser un recurso instrumental con el que amenizar los saraos del sur; su uso se hizo extensivo a múltiples facetas de nuestra actualidad, empapando hasta nuestras más elementales normas de convivencia y, por supuesto, las estructuras de nuestra frágil cohesión social, con las machaconas notas del sonido de su chascarrillo...
Sin ser ultrapensador nacionalista, integrista, talibán ni revestirme de otros condicionantes de extremismo en la personalidad, entiendo que debemos empezar a sentar unas bases de prevención en lo que parece el auge desenfrenado de los nacionalismos separatistas...
Auge que vino de la mano de un temprano y mal entendido estado de las autonomías, como también de las imperfecciones de nuestra ley electoral, que acabaron otorgando las dádivas de un desmedido protagonismo al rol de bisagra de los 4 partidos nacionalistas...
Admitámoslo, se hace necesario modificar leyes y endurecer penas para quienes, como el Govern catalán, llevan años choteando a su pueblo y, de paso, a todos los españoles.