Mire la televisión: España es un país de cotorras, chismosos, entrometidos y cotillas que se ensaña con quien pueda caer bajo su capricho más hiriente, y que alcanza ahora también a la vida privada de la Familia Real, antes respetada.
Es cierto que algún miembro tuvo un comportamiento poco honorable, como Iñaki Urdangarin, marido de la Infanta Cristina, que presuntamente usó su cercanía al Rey para impulsar negocios que podrían resultar ilegales.
Pero sin necesidad de cotilleos previos los jueces lo investigaban desde hacía bastante tiempo. La justicia obrará.
Posiblemente Don Juan Carlos ha tenido amigas entrañables como se autodefinió la bella danesa-alemana, princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, una mediadora de grandes negocios internacionales.
¿Y qué? Su trabajo es valioso para conseguir contratos, algunos de los cuales han hecho bien conocidas y aceptadas en el mundo a una decena multinacionales que dan de comer a muchos miles de españoles.
Si vendiera en los pequeños comercios diríamos que era una viajante, como aquellos que aún llegan a la última tienda del país con café, aceite y pimentón.
El Parlamento, influido por los programas de cotilleos de las televisiones –hasta la estatal TVE tiene al menos uno así--, ha querido investigar en la Comisión de Secretos Oficiales las relaciones entre el monarca y la representante.
Olvidan que el Rey puede usar su presupuesto aprobado en el mismo Parlamento como guste, que ninguna vida privada debe escrutarse sin orden judicial, y que la del Rey, ni aún así.
Pero han llamado al director del espionaje español, el CNI, para que les chismorree sobre el Rey y Corinna, cuando ambos han beneficiado a las empresas del país, como reconocen estas confidencialmente.
Situación que recuerda al Gran Capitán tras su épica conquista del Reino de Nápoles, al que el receloso Fernando el Católico le pedía cuentas.
El héroe, sardónico y despechado, recordó a los enemigos que enterró: “En picos, palas y azadones, cien millones”.
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SALAS