Revista Cultura y Ocio
La semana pasada estuve entretenido con la lectura de esta novela de gran tonelaje y de grandes ambiciones (1.132 páginas, 30 años de escritura y reescritura, National Book Award), por cuya impecable y esforzada traducción Javier Calvo se merece varios premios. Mientras la leía, colgué aquí algunas reseñas guardadas para la ocasión. Peter Matthiessen escribió una trilogía que, con los años, ha convertido en un único volumen: Shadow Country o País de sombras, que narra la historia real de Edgar J. Watson, uno de esos pioneros que se instalaron en el Golfo de México para cultivar tierras, expandir horizontes y asesinar a quienes le impidieran desarrollar sus planes. Watson existió de verdad y se cree que mató a la célebre forajida Belle Starr, entre otros muchos crímenes sin resolver. El libro arranca con la muerte de Watson: de ello se encargan sus vecinos, pero no queda claro si fue en defensa propia o fue un asesinato masivo. La estrategia empleada por Matthiessen consiste en ofrecernos todas las aristas posibles del personaje y de las causas que desembocaron en esa muerte, a la manera de Kurosawa en Rashomon, como veremos en este desglose de las tres partes:
En “País de sombras”, la primera parte, a lo largo de varios monólogos breves, numerosos personajes cuentan su versión de los hechos. La narración engancha en seguida y recuerda mucho a Mientras agonizo, de William Faulkner, quizá el autor con el que más deuda tiene Matthiessen; dicho recurso lo utilizó hace poco Chuck Palahniuk en Rant. Aquí se desvela el prisma con el que cada cual veía a Watson: unos lo calificaban de tipo siniestro, despiadado y sanguinario; otros, de alguien que prestaba ayuda y no creaba problemas si no le buscaban las cosquillas.
En “El Río Lost Man”, uno de los hijos de Watson (entre los muchos que tuvo, legítimos y bastardos) quiere escribir una biografía sobre el padre y entrevistarse con quienes lo conocieron y rebuscar entre los juzgados y en las comisarías y en las cartas a la búsqueda de datos que atestigüen que su padre no era tan cruel como lo pintaban. En esta segunda parte el autor, narrando la historia en tercera persona del singular, nos ofrece un retrato más amable de E. J. y nuevas versiones de los hechos y de sus posibles crímenes. El hijo recorre Florida una y otra vez en busca de la verdad. Los ambientes y las situaciones recuerdan bastante a las novelas de Faulkner y de Cormac McCarthy (pero jamás alcanzan la violencia extrema de Meridiano de sangre) y a westerns oscuros como La propuesta y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford.
En la última y más extensa, “Hueso a hueso”, es E. J. Watson quien cuenta en primera persona su historia: desde la niñez hasta la muerte. En la narración aparecen directa o indirectamente varios personajes históricos como Billy el Niño, El Juez de la Horca o los hermanos Younger y James (cuya historia narró Walter Hill en la película Forajidos de leyenda).
Matthiesen se ha consagrado definitivamente con este libro, ya una referencia para autores del calibre de Saul Bellow, Richard Ford, Don DeLillo, Joyce Carol Oates o Joseph Heller, que no han dudado en aplaudirlo y recomendarlo. La prosa es extraordinaria, y las descripciones y los diálogos son propios de un narrador de raza. La leyenda erigida en torno a esta figura siniestra le sirve para hablarnos de la historia de su país entre finales del siglo XIX y principios del XX, y de cómo los EE.UU. son lo que son por culpa del racismo, la explotación de los recursos, las injusticias cometidas contra los pobres (y contra indios y negros) y la obsesión por la propiedad.
La parte más entretenida es la primera, y quizá la segunda sea la mejor o la que más me ha gustado. Sin embargo, la lectura de la tercera me ha costado bastante. Ha sido una ardua tarea, me dejó molido. Quizá se deba a que, para entonces, uno lleva leídas 620 páginas y empieza a fatigarse. O puede que sea porque, al comenzar la tercera, al fin y al cabo es la misma historia contada desde otra perspectiva y nos intriga menos porque conocemos las conclusiones, aunque los hechos sean diferentes. Estoy de acuerdo con Francisco Solano cuando, en su crítica para Babelia, afirma que esta lectura es una maratón y que el lector acaba exhausto. Pese a que País de sombras augura pasajes inolvidables y horas de placer literario, requiere de un lector con paciencia y aguante. Se me ocurre que no sería mala idea leer cada parte por separado: por ejemplo, una al mes. Aquí dejo un fragmento de la segunda, la entrada en Gator Hook, uno de los capítulos más memorables:
Sobre una cadena de colinas cubiertas de pinos junto a aquella carretera se encontraba Gator Hook, un poblado de cabañas donde los cobertizos abandonados y las moradas decrépitas de los trabajadores que construyeron la carretera habían sido usurpados por fugitivos y vagabundos, además de desolladores de caimanes, destiladores de aguardiente y putas retiradas, formando una sociedad de bribones que a menudo ya estaba borracha de su propio aguardiente antes del mediodía. Apartado del resto del condado de Monroe por cientos de kilómetros cuadrados de Glades vacíos de carreteras, el Hook estaba más allá de toda administración cuerda, a juzgar por el hecho de que el sheriff del condado de Monroe jamás había puesto una bota en aquella avanzada de su jurisdicción aislada y dejada de la mano de Dios.
[Traducción de Javier Calvo]