A título personal la novela me envolvió justo a partir de la mitad. De ahí en adelante fue avasallante el mundo narrativo al cual, como lector, se sucumbe inevitablemente. País portátil se construye sobre la dualidad de dos mundos tan propios y antagónicos de nuestro gentilicio: el correspondiente a lo ruraly el que va al ritmo de lo moderno, de lo urbano. En ese contraste de mundos, el tiempo verbal del relato también propone esa ambivalencia de lo descrito desde un pasado, hasta llegar al presente que se bifurca en la variedad de problemas propios de las ciudades.
Ya en aquellos años en los cuales Adriano González León escribió esta historia, que como dije al principio, es referente e icono del buen hacer de un escritor de oficio, en una época en la que aún las ideas revolucionarias eran vistas como una alternativa de vida en muchos país de Latinoamérica, decía: “La democracia se vivifica con el clamor de la oposición. Es lo justo. Es legal, porque de lo contrario... el poder se hace unipersonal, unipartidista, no tiene filtros ni críticas y puede conducirse un país a la bancarrota”. Debo decirlo, qué visión, qué premonición en estas palabras.
La novela se desarrolla en un universo complejo, tanto de los personajes, como del contexto en que se desenvuelven. Esto, además, permite que ese mundo moderno al cualla voz narrativa denuncia, pase por el mordaz y delicado filtro que ofrece la ironía, que por bien trazada, golpea en el pensamiento de quienes conocemos y vivimos en Caracas: “Desde la Cota se ven mejor los ranchos: variedad, novedosa incorporación de materiales, latones que suenan bellamente cuando cae la lluvia, tablas con letras rojas y los baldes y las latas de agua en las cabezas hacen mover la luz. Las antenas de esta ciudad indican su sensibilidad y cultura: las gentes de esta ciudadprefieren las imágenes, aunque los aguaceros y el hambre las tiren cerro abajo... aquí nadie quiere vivienda porque un alto sentido de la poesía y la libertad los lleva a preferir la intemperie. Si no, ¿cómo se explican ustedes que esta gente no se mude?”. Cuarenta y tres años después de su primera publicación, uno de los principales problemas de este país sigue siendo el déficit habitacional.
País portátil era una lectura pendiente. Después de leída entiendo su constante referencia, entiendo el por qué se hizo merecedora del Premio Biblioteca Breve Seix Barral (1968) que no es poca cosa. Ya es un mérito innegable haber logrado esa imagen, esa adjetivación perfectapara un país que siempre está en construcción, que se solapa en lo movible, en lo transmutable, en lo portátil; en una “ciudad vitrina, jaula, con frutos y aves eléctricas, todo el tiempo aleteando en amenaza de caer...”