En la playa de las catedrales podremos disfrutar de la fuerza salvaje del agua que choca contra colosos de pizarra que forman acantilados de cientos de millones de años de antigüedad, mientras escuchamos el graznido de una gaviota que se posa en un risco saliente con semblante amenazante sobre un pequeño banco de reos, la célebre y huidiza trucha de mar. Sin duda alguna, la singularidad de las formas que tienen sus acantilados son la diferenciación de este enclave natural, estas paredes rocosas formadas principalmente por pizarras y esquistos han sido moldeadas por la acción de las mareas adquiriendo formas caprichosas como grandes arcos tal arbotante, pasadizos o espectaculares grutas y cuevas. En este contexto, sin duda alguna destacan los arcos titánicos espectaculares que jalonan sobre la arena tal acueducto o pie de gigante, además es de destacar que nada más pisar la fina arena se comienza a respirar una sensación mística típica de la idiosincrasia gallega.
Se trata de un fantástico lugar de paso para las aves migratorias por lo que en primavera son habituales las abubillas y garcetas, durante todo el año son más habituales aves como el cormorán o el simpático ostrero euroasiático que destaca en el horizonte con sus patas y su pico naranjas. Gracias a las fuertes mareas y las numerosas rocas que jalonan este entorno, se ha creado un ecosistema ideal para el desarrollo de diferentes especies de moluscos como percebes, mejillones o lapas. La flora curiosamente también encuentra acomodo a pesar de ser un lugar con unas condiciones poco favorables para su desarrollo, esto se traduce en la aparición de especies tan singulares y amenazadas como la acelga salada o la herba de namorar.
JOSE ANGEL MACHO BARRAGUES. INGENIERO AGRONOMO