Revista Insólito
Hacía media hora que había oscurecido y las las luces de la ciudad cercana teñían de naranja las nubes y el paisaje. En medio de una explanada, en la cima de una pequeña montaña, se levantaba una enorme estructura de mas de 30 metros de altura. Tan fuera de lugar como un barco en medio del desierto se mantenía en pie sobre sus siete pares de patas como si hubiera aterrizado en silencio y nadie se hubiera dado cuenta de su presencia.
Cuatro tramos de escaleras se habían desplegado por la parte de atrás y 100 empinados peldaños separaban el suelo de las partes mas elevadas. Allí arriba se abrían unos grandes ventanales que rodeaban completamente el perímetro de la extraña estructura. Desde esa altura se podía controlar todo lo que ocurría alrededor, incluso a esos raros animales que se esconden durante el día y que aprovechan las horas del crepúsculo para salir a estirar la cabeza.
Ya era mas de media noche pero las nubes seguían reflejando la luz de la cercana ciudad creando un ambiente fantasmagórico que no presagiaba nada bueno. De repente, cuando estaba a punto de marcharme, observé las luces de un par de coches que subían por la pista a gran velocidad. Me escondí detrás de unos arbustos y cuando llegarón a mi altura pararon el motor. Después de unos segundos salieron cuatro personas de cada uno de los coches y sin encender ninguna linterna recorrieron el trayecto hasta la estructura como si ya lo hubieran hecho cientos de veces. Pude ver como se dirigían hacia la parte de atrás y me pareció que empezaban a subir las escaleras uno detrás de otro.
Esperé unos segundos, salí de mi escondite y me fui corriendo al coche que había aparcado unos 100 metros mas abajo. Lo dejé caer en punto muerto y no arranqué el motor hasta que dejé de ver por el retrovisor la extraña estructura. Mientras descendía por la pista noté una especie de vibración y al mirar hacia atrás vi el cielo de un color aun mas naranja que antes.
Esa noche casi no pude dormir. A la mañana siguiente, poco después de que hubiera amanecido volví de nuevo a la explanada en la cima de la pequeña montaña. No había ni rastro de la extraña estructura, el cielo había recuperado el color gris de los últimos días y los coches que habían aparcado la noche anterior ya no estaban.
Sólo una tolva en ruinas rompía la monotonía del paisaje, una de esas tolvas que se usaban hace años para cargar las rocas de las canteras. Nada mas que eso.
NOTA: Las fotos sólo están procesadas para pasar del raw al jpg, no he tocado el balance de colores ni la exposición.Os aconsejo que hagáis click en las fotos para ampliarlas.