Por lo general la economía o, más bien, el dinamismo de una economía, se piensa en términos de producción y consumo. Poca atención parece prestarse a cómo se distribuye lo producido y, mucho menos, a cómo se gestionan los desechos al final de todo el proceso.
No obstante, hay una iniciativa que nos permite reflexionar al respecto. Se trata del Waste Atlas, un proyecto coordinado por varias instituciones y organizaciones sin fines de lucro, entre las que destacan la Universidad de Leeds (Inglaterra) y la Asociación Internacional de Desechos Sólidos (ISWA, por sus siglas en inglés).
A través de un mapa interactivo, y con una serie de gráficos y estadísticas, encontramos una serie de datos que nos muestran el lado sucio del progreso y nos invitan a reflexionar sobre nuestros modos de vida. Por ejemplo, a escala municipal, el Atlas estima que anualmente generamos alrededor de 1.900 millones de toneladas de residuos en todo el mundo, lo que se traduce en unas 200 toneladas de basura por hora.
Otro dato a considerar es que de ese promedio mundial, un 30% permanece sin recolectar, esto es, ¡¡¡570 millones de toneladas!!! Basura que solo está allí, tirada en cualquier lugar. El 70% restante se distribuye de la siguiente manera: 70% de la basura es llevada a vertederos, 19% es reciclable y 11% es utilizada en procesos de recuperación de energía.
Tratemos de establecer una comparación para hacernos una idea de la situación, por muy difícil que parezca, dadas las magnitudes de las que estamos hablando. Un camión recolector de basura puede pesar unos 9.000 kilos aproximadamente, es decir, 9 toneladas. La cantidad de basura que producimos anualmente, a nivel mundial, equivaldría al peso de 211 millones de éstos camiones. Algo escandaloso, ¿no es cierto?
Aunado a ello, el Atlas también nos indica que alrededor de 3.500 millones de personas carecen de los servicios mínimos en lo que a gestión de residuos se refiere. Personas que viven en y/o alrededor de la basura, con asentamientos a menos de 2 kilómetros de distancia. Este dato, ya de por sí alarmante, se torna peor: para 2050 se estima que el número aumente a 5.600 millones de personas. Contratando esa cifra con las proyecciones de población del planeta para esa fecha, esto equivaldría a más de la mitad de los habitantes de la Tierra para ese entonces. Desgarrador.
Quisiera ahora centrar la reflexión sobre lo que podríamos llamar los países vertederos (del primer mundo). Y para colocar las cosas en contexto, quisiera citar acá un micro-cuento del escritor uruguayo Eduardo Galeano. El mismo lleva por nombre “El peligro de jugar” y fue publicado en su célebre libro Los hijos de los días:
“En el año 2008, Miguel López Rocha, que estaba brincando en las afueras de la ciudad mexicana de Guadalajara, resbaló y cayó al río Santiago.
Miguel tenía ocho años de edad.
No murió ahogado.
Murió envenenado.
El río contiene arsénico, ácido sulfhídrico, mercurio, cromo, plomo y furanos, arrojados a sus aguas por Aventis, Bayer, Nestlé, IBM, DuPont, Xerox, United Plastics, Celanese y otras empresas, que en sus países tienen prohibidas esas donaciones.”
Los países desarrollados suelen contar con infraestructura y recursos para enverdecer sus sociedades, al costo de deslocalizar o externalizar sus desechos, como agudamente denunció Galeano. Durante años, países de Europa, por citar un caso, se han valido de artimañas para exportar a países en vías de desarrollo sus “aparatos electrónicos usados” o, mejor dicho, sus chatarras electrónicas.
En los lugares de destino, recolectoras y recolectores informales, bajo condiciones de extrema insalubridad, se disponen a extraer todo los componentes posibles de los artefactos en desuso, particularmente hierro, cobre, oro, entre otros, para su reutilización en la industria.
Alemania e Inglaterra son algunas de las naciones que acostumbran exportar sus basuras a países como China o India, aunque el dragón asiático recientemente prohibió la importación de estas “mercancías”, dejando de ser uno de los vertederos del progreso. Sin embargo, todo parece indicar que Tailandia está dispuesta a tomar su lugar.
En África, un destino común suele ser Ghana. Allí, el vertedero de Agbogbloshie es uno de los más grandes de la parte occidental del continente, recibiendo un estimado de 192 mil toneladas de basura electrónica todos los días.
Por supuesto, este panorama global no exime a los países de cumplir con sus obligaciones al respecto. Hay naciones que enfrentan serios problemas de gestión de los residuos en sus territorios, más allá de esta particular geopolítica (pienso en países de América Latina, como Venezuela o España, en Europa). Y mientras pasa el tiempo, aumentan los riesgos para la salud pública.
La idea de esta breve reflexión es señalar, desde algo tan común, como la basura que todas y todos generamos, que el progreso parece tener dos caras. Así como el crecimiento económico implica mayor generación de desechos, países “limpios” requieren “ensuciar” a otros para poder mostrarse como ejemplos de “sostenibilidad”. Alemania tiene una de las tasas de reciclaje más altas de toda Europa, con un 47% del total de los residuos que genera. La pregunta es, precisamente, ¿qué hace con la parte que no es reciclada? ¿A dónde la envía?
Quedan muchas cosas más por abordar en detalle sobre este tema, como un comentario más especifico sobre los tipos de residuos y qué alternativas existen ante esta situación. Iremos abordando dichas cuestiones en próximas entradas, por lo pronto, basta con decir que no es únicamente un asunto de eficiencia (cómo mejorar la recolección y el procesamiento de la basura) o jurídico (qué instrumentos fortalecer legalmente), sino también de acción social (dejar de generar tanta basura).
Dedico estas líneas a todos los Miguel López Rocha que han muerto envenenados por las donaciones tóxicas del progreso y del desarrollo. ¡Que jugar nunca más sea un peligro!