“Pajaralandia”, fábula de libertad
Quiso la casualidad que al día siguiente de escribir “Pajaralandia” descubriese este grafitti en Maracaibo.
Pajaralandia se había vuelto triste y gris. Ya no se escuchaba el canto de las aves entre las ramas de los arboles ni entre las flores. Hacía tiempo que solo se oía el incesante parloteo del loro verde copete rojo y el graznido de su fiel asistente, el alcaraván gris.
Un día, atraída por el triste y hermoso canto de un canario en la copa de un árbol, la hermosa paraulata de plumas en tonos plata, cautelosamente, se fue acercando al lugar de donde provenía el melancólico sonido. Más que un canto, a ratos parecía un lamento y a ratos un furioso grito.
Escondida en el follaje, la paraulata llegó al punto desde dónde podía divisar, entre barrotes de madera, al hermoso canario gloster con cuerpo de plumaje blanco impoluto y copete entreverado de finas plumas negras, grises y blancas.
El cantor ya no tenía la vistosidad de cuando la paraulata lo conoció en libertad. Su cuerpo estaba un poco disminuido por el cautiverio, pero aún se podía adivinar en su enflaquecido semblante, el vigor de viejos tiempos, corroborados por su potente canto.
Un triste suspiro producido por las sentidas notas del canario, se escapó del pico de la paraulata, delatando su presencia. El canario la miró interrogativamente.
-¡Perdón! -Dijo la paraulata avergonzada- No pude evitar escuchar tu triste canto. ¿Por qué estás allí encerrado?
-Porque el envidioso loro verde copete rojo, me encerró aquí por cantar.
-¡Pero sigues cantando! –Replicó con temor la paraulata.
-Me encerró el cuerpo pero no pudo con mi voz.
La paraulata agachó la cabeza. Con pena y en un murmullo, dijo:
-A mí logró callarme. Tenía el canto más hermoso que la naturaleza haya podido producir. Silbaba las notas del himno de Pajaralandia como los ángeles y, por eso, el loro copete rojo que solo puede parlotear sin emitir una sola nota musical, me tomó ojeriza y cada vez que yo empezaba a silbar las libertarias notas, me lanzaba con furia las piedras del camino o el alcaraván esbirro me amenazaba con su potente y puntiagudo pico. Hasta que, de tanto callar por miedo a sus pedruscos, terminé enmudeciendo para siempre.
Una lágrima saltó del ojo de la paraulata y en ella pudo distinguir el canario el reflejo de la figura de un ruiseñor que se acercaba dando saltitos entre las ramas del araguaney y que, ayudándose con su pico, se sostenía de las hojas y de las amarillas flores, para avanzar. El canario se puso en guardia y preguntó:
-¿Quién se acerca dando saltos y reptando? ¿Por qué no usas tus alas para volar?
El ruiseñor pechiazul de brillante plumaje, se apresuró a responder:
-¡No se asusten! Yo también soy víctima del odio del loro verde copete rojo y su alcaraván esbirro. Una mañana me encontraba feliz cantando mientras volaba entre las margaritas y, al descubrirme el alcaraván, comenzó a sonar su graznido de alarma y apareció furioso el loro verde oliva y de un picotazo me arrancó la mitad de mi ala derecha.
-¿Tampoco cantas ya? –Preguntó la paraulata.
-Cantó solo cuando cae la noche. Me escondo en los huecos de los troncos y canto sin parar protegido por la oscuridad. No me atrevo a hacerlo a plena luz del día.
-Yo aprendí a cantar solo las notas que al loro le gustan o, por lo menos, no le molestan –Terció un zorzal de plumaje marrón y rojizo-. Cada vez que cantaba una nota que le molestaba al loro copete rojo, él me lanzaba una semilla grande que me golpeaba en la cabeza. Cuando la nota le gustaba, me ofrecía un poco de alpiste. Así aprendí que no tengo que dejar de cantar, solo tengo que cantar las notas que al verde oliva copete rojo no le molesten.
Un búho de anteojos, con su máscara de plumas negras alrededor de los inmensos ojos y pecho de plumas amarillas, salió de su nido donde se encontraba cavilando sobre lo que oía.
-Esto no es vida para Pajaralandia. Nuestro territorio se ha ido tornando triste y silencioso. Los pájaros no cantan por temor al loro verde copete rojo. Otros cantan solo a escondidas o las notas que el loro les permite. La tensión entre nosotros se está volviendo inaguantable y esto solo puede terminar mal, muy mal. El canto y el vuelo en libertad son nuestra vida y el loro nos los ha ido arrebatando. Mal, muy mal terminará…
¿Por qué atar un país que nació para volar?
Todos callaron ante las palabras del maestro búho. La tristeza se apoderó del grupo. Sabían que el búho de anteojos tenía razón pero no sabían qué hacer para evitar lo que inminentemente veían venir con impotencia.
Un estruendoso aleteo hizo cimbrar las ramas del árbol. Algunas hojas y flores amarillas cayeron por la fuerza del golpe de las alas en el aire. Un potente grito se sintió justo al momento cuando la guacamaya bandera, exhibiendo sus brillantes plumas rojas, amarillas y azules, se posó sobre la rama del árbol.
-Esta tierra no puede seguir sumida en la tristeza y en el llanto –Dijo la guacamaya con firmeza-. Pajaralandia es un territorio de canto y libertad y no puede ser que un loro verde oliva copete rojo nos tenga sometidos a su voluntad con la ayuda de un esmirriado alcaraván.
Voló hasta la copa del árbol y con dos potentes picotazos rompió los barrotes de madera de la jaula del canario copetón.
-La guacamaya tiene razón. Juntos somos más y más fuertes que un loro y un alcaraván. Dijo el canario volando para mirar a los ojos al zorzal, al ruiseñor, al búho, a la paraulata y a un pequeño gorrión que había permanecido indiferente hasta ese momento a lo que sucedía.
-Juntos algo podremos lograr, sin duda. Dijo el gorrión común con alas de plumaje en tonos marrón y pecho blanco.
Pasaron pocos días y la paraulata empezó a cantar las notas del himno guiada por el canario copetón. El ruiseñor se les unió a pesar de que en el cielo azul brillaba el sol en su esplendor, el gorrión hacía la segunda voz acompañado del zorzal y el búho marcaba el ritmo picoteando la madera hueca de un tronco.
El alcaraván comenzó su frenético graznido de alerta, pero cuando el loro escuchó la alarma y quiso reaccionar lanzando piedras y semillas, no lograba apuntar porque no sabía con exactitud a dónde tirar la munición. La guacamaya aprovechó el desconcierto del loro copete rojo y se abalanzó con furia sobre el plumífero que no cesaba de parlotear incoherencias.
Entre todos construyeron una jaula de barrotes de madera donde metieron al loro y a su esbirro, el alcaraván. La música volvió a Pajaralandia. Todas las aves entonaron su canto con alegría y gozo. El temor desapareció. Todo volvió a ser canto feliz y vuelo en libertad.
Fin
Maracibo, 27 de junio de 2014.
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