Revista Solidaridad
«“Venga para acá, niño. (...) ¡Que venga, le digo! (...) No, no lo voy a regañar ni le voy a pegar. Solo quiero hablar con usté. (...) Se fueron a lavar al río. (...) ¡También la Chayo!...
»”La señora del otro lado ha mandado a poner queja. Dice que usté le volvió a tirar piedras... cuando estaba acurrucada lavando los tarantines. (...) Yo no le estoy preguntando si es verdá o es mentira. Lo que quiero decirle es que eso no se hace. Ella acaba de venir a vivir al pueblo... (...) Oiga primero, y no sea tan salido: no le estoy diciendo que hay que tirarle piedras sólo a la gente de aquí. No hay que apedriar a nadie, oyó. (...) Porque no. Porque al rato menos pensado le van a devolver su tetuntazo....
»”... La semana pasada, cuando lo mandé a dejarle arroz en leche a Cuchumbo, usté se lo fue a comer con los otros cipotes, allá detrás del Calvario. (...) Pero eso no se hace. Ese muchachito lo quiere a usté como si fuera un hermano. Con lo humilde y pobre que es, en cuanto hacen algo bueno de comer, allá viene para acá. Si hacen tamales, viene con tamales; si hacen atol de piñuela, viene con la jarrillada de atol.... ¡[Así] que cuando yo lo mando a dejarle algo a Cuchumbo, es a Cu chum bo,... oyó! (...)
»”Y ahora vamos con la Chayo. (...) Ella es la Chaíto, no es la layo ni la ‘Chayo papayo cara de gallo’, como le agarró la tarabilla de decirle la semana pasada, hasta que la hizo llorar. Ella es su nana. Ella fue nana de su mamá y ahora es nana suya. Lo quiere quizás más que yo. ¡Y mire usté con lo que le paga! Ella, desde que se levanta, es a bañarlo, a vestirlo, a ponerle los zapatos, a prepararle el café, a llevarlo al kínder, a irlo a trer, a llevarlo al cine los domingos, a llevarlo a las piñatas a que lo invitan... Ella no tiene ninguna obligación. Si lo hace, es porque es buena y lo quiere.... Fíjese: a las cinco de la mañana ya está levantada, barriendo el patio. Y ya no para hasta que usté se acuesta. ¡Y todavía tiene que ir a agarrarle la mano para que se duerma! ¡Con esos miedos babosos que le han agarrado! ¿Y sabe por qué tiene miedo en la noche? (...) Por todas las zanganadas que dice y hace en el día....
»”Entonces..., ¿ha entendido, verdá? (...) No, si yo no es que esté enferma o que me vaya a morir mañana. No llore. Si no me estoy muriendo.... Venga.... Súbase en la rodilla: vamos a jugar de caballito. (...) Arrecuéstese aquí. (...) ‘De los caballitos que me trajo usté, ninguno me gusta, tan solo el café. Arre para aquí, arre para allá, que mi caballito lo acompañará.’”»
Con razón que a este capítulo el escritor salvadoreño Francisco Andrés Escobar, en su obra sentimental titulada El país de donde vengo, le haya puesto por título «Palabras de amor». Es que está muy bien lograda tanto la figura de la mamá del niño como la de su nana, la Chaíto, ambas con un tierno instinto maternal, ambas propensas a mostrarlo con «palabras de amor» entrañable. ¿Y cómo es que adquirieron semejante capacidad para amar? Por haber sido creadas a imagen y semejanza de Dios, a quien San Juan califica como el amor en persona, siendo su Hijo Jesucristo la máxima expresión de ese amor incomparable.