El lenguaje, tan rico y a veces tan mal utilizado, también sufre las tendencias sociales de la moda. Prueba de ello es que hay palabras que, de golpe y porrazo, irrumpen de manera repentina en conversaciones diarias, en los artículos que leemos en la prensa, en diálogos televisivos y, en algunos casos, llegan hasta la literatura.
Y aunque sería necesario un análisis del discurso más profundo que indique por qué existe esa necesidad imperiosa de utilizarlas a cada momento y de forma casi ininterrumpida, yo lo que quiero es exponer mi queja de que se empleen hasta la saciedad y luego, para peor, se distorsionen, valgan para todo hasta que desaparecen o son sustituídas por otras.
Recuerdo, por ejemplo, que en una época fue “descafeinado”. Ya no sólo lo era el café sino también una discusión, una persona, o la defensa de un argumento. Luego, por poner otro ejemplo, fue coyuntura. Todo era coyuntural, no había nada que evocara el pasado y del futuro mejor ni hablar.
Pasamos a talibán para calificar cualquier gesto o acto extremo. Los había en todos lados, no sólo en Afganistán, también en política y ni qué hablar en los medios de comunicación.
Desde hace un mes la palabra estrella es indignado. Todo el mundo lo está y motivos sobran. Así, de un movimiento que nació en las redes sociales surgió hasta un periódico con el mismo nombre. Me pregunto entonces por qué aparece ahora este vocablo e irrumpe de esta manera en la sociedad cuando siempre han existido motivos para indignarse. Quizás sea por rebeldía, pero siento que ya la misma palabra me indigna.