Hay una hoja en blanco entre las coyunturas de mis dedos marrones; no quiere hablar de nada aún; sigo aupándola, para que se haga efectiva la escritura en ella. Quiere hablar sobre tantas cosas, lo puedo sentir, expresarse intensamente con palabras directas e irreversible virtualidad. La nívea caratula me observa con aplomo mientras yo encuentro tres mil excusas para volver a posar mis manos sobre la pluma de metal de líquido azul. Con irreverencia alzo mis emociones sobre la inmaculada figura, que rompe mis sentimientos entre los disfrazados tachones oscuros.
¡Que locura esa la de estar enamorado de las letras¡ Un yugo que libera lo que está condensado dentro de uno, como fotografiar la memoria y dejarla expuesta y desnuda al aire inclemente, siendo escudriñada con avidez o con desgano por incontables miradas anónimas, mientras perciben según su yo, lo que provino de tí. Escribir significa poder desparramar las entrañas sin condición, en tanto que la sintaxis se bambolea en su autobús antiguo, sobre la zigzagueante carretera blanca de hilvanados hilos negros.
Escribir. La oportunidad se nos presenta y extiende su mano, mientra nos enamora con su particular garbo lleno de gracia. Una y mil veces el eco de las palabras nos arrastra y quedamos encendidos para siempre como simples cerillas fosforescentes.