Ilustración: Kiko Pérez
Mi querida amiga: hoy que te ahogas en tristeza, en dolor y rabia, en impotencia; hoy que no has podido despedirte de tu madre e incluso sientes culpa por ello, porque después de una vida entera en la que te dio tanto hoy se ha marchado sola de este mundo, sin un ser amado que acompañara su tránsito. Sientes todo eso que te golpea aunque sabes de manera perfecta que no dependió de ti. Pero te da lo mismo porque el dolor es un pura sangre que se desboca entre los árboles, lejos del camino trillado, incapaz de asumir el absurdo repentino de tanta calamidad.
Jamás creíste que esto sucedería. No lo imaginábais ni ella ni tú. Ha pasado y no sabes qué hacer con ello. Ninguno estábamos preparados para algo así. Me miro en tu espejo que no siento ajeno. Somos amigas desde la infancia. Me miro también en el dolor de otros amigos que en estos días han pasado por lo que tú. Yo misma puedo estar dentro de ese espejo en cualquier momento. Pero hoy tengo que ser yo quien busque palabras para consolarte, sabiendo que las palabras no consuelan cuando no se entiende nada.
Acaso podría servirte la presencia, el abrazo, el silencio amigo. Tampoco eso nos es dado ahora. Y el silencio sin presencia es un vacío afilado que poco aporta. Por eso acudo a las palabras, porque no tengo otra cosa que te alcance, ni otro mensajero que te lleve mi amor. No encuentro otra manera de darte el abrazo que tanto necesitas.
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