Revista Filosofía

Palabras silenciosas

Por David Porcel

Hay palabras que dan luz, y cierran caminos. Sirven de señal y orientan incluso al más despistado. De repente ya sabemos qué decidir, y cómo actuar. Pero otras pasan silenciosas, incluso cuando ya nadie escucha. Es esa pregunta que el último de la fila pronuncia casi a escondidas, quizá con voz temblorosa, o para sí mismo, pero con la convicción suficiente para saber que debía estar ahí. Sobre la mesa. Y ser desmenuzada, o analizada por los más sabios filósofos y matemáticos. También la carta de amor colgada en un tejado, que nunca se llegó a abrir por no saber muy bien a quién dirigirse. Quizá a ella, a esos gestos donde se adivinan los secretos del Universo, y de ti mismo. 

Palabras silenciosas

O palabras, también, pronunciadas sobre una mesa de intervinientes, que exhaustos y cansados de tanta palabrería, prefieren no seguir escuchando y taparse los ojos. Y omitirla, o eludirla, o no sacarla a colación, porque su respuesta supondría abrir heridas que ya no vienen a cuento. De abrir heridas van muchas de las palabras silenciadas. Palabras silenciosas, de una llamada sin timbre que apenas el viento apaga, y entonces has de volver la mirada y reanudar camino. Palabras solitarias, apagadas, pero lo suficientemente poderosas como para acompañarle siempre a uno, e imaginar mundos de haber sido escuchadas.


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