La última palabra debe ser la más vieja, la más sabia. Sí, también las palabras envejecen, solo que nunca mueren, y por eso rebrotan incansablemente y nunca terminan de anquilosarse. Pero la última, la que pongamos ahí delante, en el folio en blanco, en la frase inacabada, en la intuición naciente, debe ser la más vieja, la más sabia.
La filosofía, diría que el conocimiento todo, es camino, hecho a base de palabras, de vanos intentos por llegar a algún sitio, pero que, precisamente por ello, nos permiten seguir haciéndolo. Hay quienes mueren sin haber comenzado a andar. Los hay que dicen ser avezados caminantes y no han pasado de la máscara, o de la cáscara, como dirían los sabios Ludwig Wittgenstein o Guillén Martínez. Hay que olvidarse de ellas, que son trasiego, sombras de opiniones, vanos intentos de disimular el fruto. Hablemos con gravedad, hagamos camino, permitamos a esa palabra vieja, sabia, tener un lugar.