Para comenzar a hablar del trabajo de Shinoda vamos a intentar situarnos un poco en contexto, para así ayudar a la comprensión de su realización. Junto a Nagisha Osima y Shohei Imamura es una de las cabezas visibles del cine de la nueva ola japonesa, esos nuevos directores que intentan sacudirse el estilo que han impuesto los grandes maestros que les han precedido con anterioridad, Ozu, Kurosawa y Mizoguchi entre ellos. Esta nueva generación de directores pretende un punto de vista más social del cine, incluso dejando un poco de lado las tradiciones de siempre, llegando en ocasiones a occidentalizar bastante sus producciones.
Este título no podemos decir que pertenezca al ámbito del cine social anteriormente mencionado, pero si que podemos ver el sello de Shinoda. Trata los temas fundamentales de su cine y los que se repiten en casi todas sus trabajos, mencionándolos a todos, serian, el dolor, la belleza y la destrucción del amor pasional. No cabe duda alguna que según asistimos al devenir de los acontecimientos nos damos perfecta cuenta que la película que estamos tratando tiene bastante de estos tres temas.
Al igual que en Francia se produce el polar, en España esa pequeña época de cine negro, por mencionar dos nacionalidades cercanas. Japón no se libra de esta influencia y también comienza a realizar una serie de producciones en las que se ve clara la influencia del género negro americano. Este tipo de cine surge después de que los americanos abandonen el protectorado que ejercen sobre el pueblo nipón al ser uno de los perdedores de la segunda guerra mundial. De hecho nuestros personajes desarrollan sus diligencias entre boleras, calmando su sed con refrescos de Coca-Cola y llevando trajes de corte más occidental que los habituales negros japoneses.
Estamos ante la historia de Muraki (Ryo Ikebe) el principal protagonista y eje conductor de toda la historia, un yakuza que acaba de salir de la cárcel porque tuvo que realizar un trabajo para su jefe. Aunque pertenece a su grupo, su forma de actuar parece más bien solitaria, gozando incluso de cierta independencia que es ajena a otros miembros de su clan. En un local de juego conoce a Saeko (Mariko Kaga), una niña rica que está cansada de su vida y que decide sumergirse en el mundo del juego y de las apuestas para dar un mayor aliciente a su existencia.
Muraki ejerce como mecenas de la chica cuando ella decide dedicarse a gastar su dinero en partidas de profesionales, a partir de aquí es cuando estamos más cerca del yakuza, nos damos cuenta de sus sentimientos de cómo ha cambiado su vida. Es consciente que quien decide unirse a la yakuza lo hace para siempre, cumplir con los preceptos de honor, obligación y deber que dicha organización promulga le es fácil. El problema surge cuando los sentimientos interfieren en su vida, cuando Muraki deja de ser un hombre frío y dispuesto incluso a matar si así se le ordena, para darse cuenta que hay más cosas que merecen la pena y quizás se las haya perdido por equivocar su camino.
La forma de la narrar la historia recuerda una vez más a ese camino que todo samurai debe recorrer para conseguir o limpiar su honor. En este caso apartándolo de esta idea clásica, el solitario caminar de Muraki le identifica como un hombre más, como un hombre cualquiera que por las exigencias de la vida tiene que renunciar a algunos de sus encantos y por tanto no puede evitar que le infrinjan dolor. El final resume a la perfección lo que he explicado en las líneas anteriores, por esto y otros aspectos del film, Shinoda se convierte en un director de referencia en la historia del cine japonés muy a tener en cuenta.
TRONCHA