Revista Cine

Palimpsesto Bresson

Publicado el 05 noviembre 2010 por Ventura

Jeanne vive en una casa en las afueras junto a su madre Louise. Las dos mujeres se llevan bien. Louise se gana la vida cuidando de niños, mientras Jeanne busca trabajo sin mucha convicción. Un día, Louise lee un anuncio en Internet que le hará creer que el destino ha llamado finalmente a su puerta. Tiene la esperanza de que la firma de Samuel Bleistein, un conocido abogado que conoció cuando era joven, contrate a su hija. El mundo de Jeanne y el de Bleistein están a años luz, pero una increíble mentira fraguada por Jeanne les hará encontrarse.” A la sinopsis de La chica del tren (André Techiné, 2009) tenemos que añadir dos cosas: 1. Bleistein es de origen judío. 2. La mentira de Jeanne,  que consiste en inventar y escenificar  un caso de maltrato, nace de la impotencia de comprobar como al sistema judicial le resulta imposible imputar al asesino de su novio aún disponiendo de pruebas totalmente fehacientes.

Jeanne se golpea la cara, se amorata el cuerpo y se desgarra la piel. Denuncia su agresión y su testimonio, por ser palabra de mujer maltratada, se constituye como una verdad avalada por cada una de las lesiones de su cuerpo. El caso salta rápidamente a la esfera mediática y su mentira vuelve a no requerir ningún tipo de justificación para ser asumida como verdad. Como parece lógico, Techiné no carga contra las victimas, sino contra los procedimientos que circulan a su alrededor. Con el héroe en retirada, su sustituto ha pasado a ser la victima en cualquiera de sus formas. Sentimientos como la compasión son extrapolados hacia diferentes ámbitos para legitimar todo tipo de discursos más allá de lo racional. La película muestra como Jeanne aprende su metodología de actuación a partir de todo lo que le ha contado su madre de Bleistein, de su pasado y como este lo ha aprovechado para ganar una posición en el presente gestionando la memoria de las verdaderas victimas de su pueblo. Jeanne es su alumna aventajada, así que Bleistein será el único que podrá desenmascararla.

Cabe recordar que a André Techiné se le suele clasificar dentro de la clase media del cine francés; directores que han adquirido un cierto nombre en el pasado tras haber sido galardonados en algún festival, pero que nunca han sido lo suficientemente sugestivos para ser considerados como innovadores cinematográficos. En definitiva, uno de tantos dentro del panorama que pasa por las carteleras ofreciendo productos que, a priori, equilibran de forma tan ligera como equitativa carga crítica y política con estilo cinematográfico. Así que se podría decir con casi total seguridad que nadie le incluiría en una lista de sus cineastas preferidos. Si todo esto es un handicap para que películas como La chica del tren pasen desapercibidas por la cartelera, aún lo es más la mirada formalista que pervive desde el tiempo de la modernidad. Cuando la forma ha dejado de ser uniforme, cada aproximación se ve envuelta en una deriva que fracasa estrepitosamente ante la de una que se encarga meticulosamente de esconderse y disfrazarse en si misma para posibilitar el despliegue de la tesis que esconde en su fondo. La apuesta de Techiné va más allá de lo que sería un simple enfrentamiento al tiempo de las victimas y es precisamente la propia forma de su forma la que se pregunta y responde a lo que hace posible que ese mecanismo funcione en las pantallas. Ahora, observemos estos dos videos:

La chica del tren arranca con la música ascética de Lancelot du Lac (Robert Bresson, 1974) acompañando al viaje que realizamos por el interior de un túnel. Salimos de él y enseguida nos topamos con Émilie Dequenne, la actriz que interpreta a Jeanne y que hace algunos años hizo lo propio con la Rosetta (1999) de los hermanos Dardenne. Sin previo aviso quedamos colocados ante una de las problemáticas que circunda el cine contemporáneo. Tanto Lancelot como Juana de Arco fueron convertidos por Bresson en los modelos sobre los que se asentaría el héroe moderno Europeo. Su sacrificio, fundado en la derrota, anudaba el goce del dolor con el sufrimiento por su pasión contenida. Sus cuerpos no podían ser otra cosa que singularidades dialécticas desconectadas de un contexto percibido y vivido como hostil y lejano. La interiorización de lo reprimido promulgaba la melancolía de la resistencia por todo aquello no vivido.

Los hermanos Dardenne, como muchos otros cineastas que han tratado de seguir el misterioso camino bressoniano, en su reescritura han quedado atrapados en el testamento que su maestro trato siempre de desrealizar con su famoso sistema. De está manera, lo realmente trasmitido viene a ser una forma de empatización fría con la victima. Es decir, una vehiculación del gusto por la introspección que atraviesa la pantalla y activa los lamentos nostálgicos de lo ajeno como propio. La chica del tren utiliza innumerables recursos cinematográficos (desde la estética del videoclip al encadenado clásico) puestos al servicio de la operación con que Techiné trata de refundar el tiempo de la introspección que hemos (y seguimos) contemplando a ambos lados de la pantalla. La forma desestructurada, inasible y aleatoria que envuelve todas las reminiscencias simbólicas  invita a  superar la amalgama de reescrituras establecidas como imagen fija con el fin de descortocircuitar los cuerpos y movilizar sus afectos verdaderamente. No es el primero que lo intenta, pero Techiné nos ofrece como novedad la promesa de que olvidando a Bresson en su forma, podremos reencontrarnos con la autentica vía del cinematógrafo.

Roberto Espejo.



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