Por fin ha vuelto la liga de fútbol. Permite que los españoles discutan menos de política y más de jugadores, sus fichas y novias, aunque algunos clubes se vinculen a partidos no futbolísticos sin que sus seguidores de otras ideologías dejen de apoyarlos.
El fútbol, que alimenta de ilusiones a estómagos no demasiado llenos, es un deporte creado por ingleses que se ha convertido en la auténtica fiesta nacional tras enviar a los toros a una visible decadencia.
Aficionados pobres de grandes y pequeños equipos dan parte de sus magros ingresos a esos clubes con jugadores que, como Messi o Ronaldo –que ahora hace igual en Italia—acumulan riquezas multimillonarias que exhiben como jeques árabes.
“Mi único capital es mi moto para trabajar, pero si hace falta paso hambre para ir al campo a ver a mi Barça”, le dijo a una televisión un trabajador precario, repartidor de paquetería, que confesó no tener para reparar el vehículo que le da de comer si se le avería.
Frente a él, ahí están esos futbolistas con inmenso capitales, avión privado y algún coche con valor superior al millón de euros.
Es el poder del circo, que atrae a gran parte de los ciudadanos, antes sólo hombres y ahora un creciente número de mujeres, mientras que el fútbol femenino les gusta menos.
Lo que también invita a reflexionar, porque esas mujeres, solas o con acompañantes, van a un espectáculo que hace culto el poderío físico y a las habilidades de hombre solos.
Una situación ante la que el feminismo militante está desconcertado: pese a toda la igualdad conseguida, el hombre sigue siéndole atractivo por fortaleza y habilidad, igual que en tiempos prehistóricos, cuando conquistaba a las hembras triunfando en el combate.
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