La única a la que atmósfera divina
envuelve, esa tú, mi espuma y marea,
a ti te observa, aunque nadie a mi crea,
la laguna de estrellas que palpita;
aquí, pecho adentro, un pájaro pía,
y de su cuidado tú, panacea,
pues día en que el faro por ver no vea
tus ciénagas, ser no será más día;
con arena ambos fruncimos la piel,
cénit del mismo apogeo el momento,
juro no haber un corazón más fiel;
desalojando de mi toda la hiel
la salitre barre nuestros tormentos,
llevándomela yo de ti, tu miel.
Por Abraham Castro