Revista Educación

Panda de hijos de puta

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Panda de hijos de puta

Soy un inseguro profesional. Un día de estos podría, literalmente, morir de inseguridad (comprobar cada dos por tres que llevas contigo cartera, llaves y móvil mientras vas en moto no garantiza una vida larga). Esta inseguridad se retroalimenta. Y me llena por dentro, abarca todo lo que soy e irradio, redes sociales incluidas.

Precisamente estas redes sociales, en las que uno elige a quién seguir y a quién no, incluso en Twitter qué palabras silenciar y así eliminar del intercambio diario, serían el lugar perfecto en el que construir un nido seguro, el contrapunto virtual y estable de una realidad de todo menos tranquila. Pero no. La inseguridad que me llena por dentro y me abarca e irradio alcanza servidores remotos y me impide bloquear. Porque ¿a quién, cuándo y por qué? Y más importante, ¿qué me perderé si lo hago? Vamos, lo mismo que en el mostrador de una pastelería, pero con las caderas a salvo.

¿No sería más feliz sin exponerme voluntariamente al cabreo? ¿Sin leer, cada día, tanta opinión de mierda? Hablo de los culés, de los hipermerengues, de los indepes, de los ultraespañoles, de nacionalistas de todo cuño, de hiperventilados varios, de liberales, fachas, graciosetes, de canarios del paraíso, flipados del manga, Beliebers, Gemeliebers, OTliebers, Staliniebers, fans de Sálvame, seudoanalfabetos, amantes del spanglish, postureadores, Pérez-Reverte, Risto Mejide, José Manuel Soto, tuitstars en ciernes, antivacunas, médicos homeópatas, votantes de Ciudadanos o Rafael Hernando. Incluso escarceos puntuales en los pensamientos de Álvaro Ojeda, Paulo Coelho y Joaquín Sabina (perdón, con estos tres me he pasado, también tengo límites).

¿No sería mejor evitar todo esto? Pues posiblemente y no.

Son precisamente ellos, esa panda de hijos de puta (los llamo así porque a mí también me gusta fingir que poseo la verdad), los que me mantienen cerca de la felicidad. Porque vivir en una burbuja eterna de buen rollo y educación, de risas y aplausos mutuos, de razones compartidas y sin resquicios, porque enfrentar días enteros entre asentimientos y palmadas en la espalda, todo eso, terminaría por convertirme en un completo idiota. Seguro.


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