Revista Salud y Bienestar
En el supuesto de que se cumplan la mayoría de las predicciones, de que se encuentre el punto y final de esta mala experiencia con la caída de su sexta ola, quisiera reflexionar sobre lo que fue el conjunto de nuestra actuación, elaborando el que puede ser el cierre, el epílogo de este libro... El ser humano es capaz de acometer las más grandes proezas, al tiempo de "cagarla" con otras cosas que, comparadas, deberían parecernos sencillas y simples... Es algo que hemos vuelto a comprobar quienes tuvimos la puñetera suerte de soportar esta pandemia, así como todas y cada una de las noticias que, con ella y a lo largo de sus poco más de dos años, se le vinieron relacionando. Sirva este postrero capítulo para recordar los porqués de tales afirmaciones. Y que, al rememorar nuestros no pocos errores, tratemos también de evitarlos, con ocasión del advenimiento de aquellas, las crisis similares, que habrán de venir... Proezas En el capítulo de las proezas, habríamos de situar sin duda alguna a las vacunas, que, aunque se hicieran esperar, más allá de la paciencia de algunos, nunca antes habían sido investigadas, comercializadas y distribuidas con tal celeridad. No caben dudas de que, al margen de negacionismos, de los bulos, especulaciones y críticas, les debemos el ahorro de millones de muertes y de muchos secundarismos. Cagadas Son tantas, que me llevan a mantener este título, tras el intento de replantearlo, buscando otro, eufemísticamente más apropiado. Y es que, seguro estoy de que Uds. también lo habrán pensado: "Nunca imaginé que resultase posible atribuirnos tanta incapacidad"... -. Primero: la pandemia no suponía peligro alguno para España, después nos afectaría, pero no lo haría más allá de algunos pocos casos aislados... -. Constituyendo las pandemias una constante en el devenir de la historia de la humanidad, no se entiende que esta nos sorprendiese desde la más absoluta carencia de materiales protectores (mascarillas, EPIs, etc.…) en los almacenes, algo que obligaría a nuestros sanitarios a enfrentarse con el virus, a pecho descubierto. -. Aún se entiende menos el que llevemos décadas delegando, en terceros países (China fundamentalmente), la fabricación de estos y otros materiales de primer orden, una medida muy irreflexiva y aún menos estratégica. -. Increíble resulta el que, para minimizar tales carencias, se recurriese a la mentira, mentira según la cual, las mascarillas comenzarían no siendo útiles, incluso contraproducentes (cuando no las teníamos), para finalmente imponerse en todos los ámbitos. -. Se me antoja cuando menos duro el darme cuenta de que vivo en un país, capitaneado por individuos que hasta de la desgracia quisieron hacer su agosto: en ningún lugar se pagaron más impuestos (IVA) por la adquisición de mascarillas o de test diagnósticos, los elementos de mayor utilidad para sortear la pandemia. Del mismo modo, en ningún otro país de nuestro entorno se hizo menos que en el nuestro, por contener el precio de la luz o el de los combustibles, por citar un par de ejemplos... -. Puestos a sorprendernos, echamos en falta la existencia de un comité real de expertos, dirigiendo nuestras actuaciones, de acuerdo a criterios científicos, que no jurídicos y menos aún políticos... El que, por ejemplo, fueran jueces quienes, en el País Vasco, decidieran la hora de cierre de las discotecas, debería invitarnos a reflexionar. -. No se entiende que existan tantos niveles de decisión: localistas, autonómicos, nacionales e internacionales... Es verdad que conviene adaptar las medidas a las circunstancias e idiosincrasia de cada lugar, aunque siempre debería hacerse desde una normativa común. -. Por no respetar, no se respetó ni la ancestral exactitud de las matemáticas... De pronto se nos olvidó contar afectados o muertes, sumando cada cual como buenamente le salió del arco de triunfo... -. Las decisiones, se mirasen como se mirasen, las más de las veces carecieron de lógica y sentido. Cosas como: "para pasear por la calle es obligatorio llevar mascarilla, pero te la puedes quitar si te sientas para consumir en una terraza..." -. Mi mayor autocrítica: no supimos o no quisimos proteger a nuestros mayores, aquellos que más lo necesitaban por ser los más vulnerables. Basta con echar un vistazo a los datos de las residencias de ancianos, sus cifras de muertes son más propias del paso de un tsunami, que de otra cosa... -. Tampoco cuidamos a quienes nos cuidaban, a los que nos costó otorgarles algo tan lógico y básico como la cobertura de la consideración de un "accidente laboral", en el caso de resultar contagiados. Les enviamos a luchar sin más protección ni apoyo que el de unos pocos aplausos, desde los balcones... -. Puede decirse que hasta el concepto de libertad llegó a modularse. Algunos se empeñaron en asegurar que el hecho de ser libre equivalía a poder entrar en una taberna, a consumir unas cañas, mientras nuestros vecinos morían por cientos... -. Fuimos demasiado lentos a la hora de implementar restricciones y otras medidas protectoras, y demasiado rápidos a la hora de levantarlas. -. Ateniéndonos a criterios meramente economicistas: nuestro país fue uno de los que en mayor medida sufrió la pandemia, mientras nos empobrecíamos, nuestro gobierno tan sólo pensaba en crear nuevos impuestos o en seguir subiendo muchos de aquellos con los que ya nos vino asfixiando. Pronto pagaremos hasta por circular por autovías que se construyeron hace cerca de 40 años... En fin, es esta mi particular visión de la que considero que, de no ser por las vacunas, hubiera calificado como "nuestra absoluta inutilidad durante esta pandemia", aunque debo decir, rindiendo un necesario homenaje a la verdad, que esta incapacidad nos viene de muy lejos... Aunque desearía que las próximas crisis, biológicas u otras, nos cogiesen preparados, no obstante sé que no será así, y que, por llevarlo escrito en nuestro genoma, volveremos a tropezar con el mismo empedrado.