Desde que se descubrieron los primeros casos de COVID-19 en Wuhan, China, el pasado diciembre de 2019, más de 49.956.606 han sido declaradas como portadoras del virus. Además se han registrado más de 1.252.277 muertes asociadas con la enfermedad.
Y es que desde que la OMS declaró la pandemia de COVID-19, millones de personas en el mundo se vieron obligadas a confinamientos y reducciones de sus movilidades. Casi todos los países aplicaron cierres preventivos para contener lo que parecía un rápido esparcimiento de la enfermedad. La llamada primera ola se alcanzó durante los meses de marzo a mayo.
Pero no fue sino hasta los meses más recientes cuando el mundo vio la peor etapa hasta ahora. Un crecimiento casi insostenible de nuevos casos en varios continentes y que amenaza, no solo la salud del mundo, sino la economía.
Europa se ha visto fuertemente afectada con muchos países volviendo a las cuarentenas debido al aumento desproporcionado de casos. Francia, España, Reino Unido, Bélgica, República Checa e Italia se han visto con números diarios hasta cinco veces más grandes que durante la primera ola.
En latinoamérica, los números han sido algo más alentadores. La mayoría de los países se han visto con un descenso, o al menos una estabilidad, en el número de contagios. Pero no ha sido menor el impacto del COVID-19 en la región. Brasil ya suma más de 5.653.561 casos, siendo el tercer país con más contagios en el mundo.
La lista de la región mantienen a Argentina (1,2 millones), Colombia (1,1 millones), México (960 mil), Perú (920 mil), Chile (520 mil), Ecuador (173 mil), Bolivia (142 mil), Panamá (138 mil), Costa Rica (116 mil), Venezuela (94 mil), como los países con mayor incidencia.
A pesar de los números, los países han optado por reaperturas paulatinas en varios sectores productivos. Según muchos líderes y mandatarios, el precio del COVID-19 no ha estado solamente en la vidas perdidas por la enfermedad, sino en el impacto a las economías. Sobre todo las de los países en vías de desarrollo.